Voz y yo
(Primeras impresiones sobre Her, de Spike Jonze)
Theodore y Samantha se entienden. Ella lo acompaña como nadie, y es complicado afirmar que ella sea alguien, porque todo ocurre en un futuro muy cercano y Samantha es nada más y nada menos que un sistema operativo con una inteligencia artificial extraordinaria.
Hay que ver como ese punto de partida propio de una comedia disparatada (o porqué no de una película de Subiela) se vuelve verosímil. Theodore no responde al lugar común de personaje desesperado que muestra su patetismo sosteniendo una vergonzosa relación imaginaria. Y Samantha no tiene cuerpo pero si entidad, y una manera muy genuina de relacionarse. Encontrar el tono adecuado es el primero de los muchos aciertos de este hermoso film.
Lo unipersonal no quita lo romántico. Theodore y Samantha van de paseo, por la playa o por donde fuera, aunque sean mucho menos que dos. A él se lo puede ver casi todo el tiempo, antes del amanecer, del atardecer y de la medianoche, a ella solo se la escucha (que sea la voz de Scarlett Johansson ayuda mucho).
En ese mundo cercano, un poco más avanzado, un poco más hipster también, y ciertamente bello (la fotografía y la música hacen la experiencia mucho más agradable) las relaciones entre personas y sistemas operativos son aceptadas (por lo menos por los amigos de Theodore). De hecho, en ese mundo, nada parece ser muy cuestionable o cuestionado. Tampoco el trabajo del propio Theodore que consiste en escribir cartas personales para otros dentro de una gran empresa que ofrece ese servicio. Con todo casi serenamente resuelto, solo queda perseguir el sabor del encuentro, y arriesgarse al dolor del desencuentro. Enamorarse es una locura socialmente aceptada, le dice una una amiga (de carne y hueso). Todos tienen mucho para decir. La tecnología no los ha deshumanizado, simplemente se ha vuelto algo más que se acepta.
Jonze vuelve a demostrar, como en ¿Querés ser John Malkovich? (1999), El ladrón de orquídeas (2002) y Donde viven los monstruos (2009) que es uno los directores más interesantes del cine norteamericano actual, con un estilo definido y encantador, y un humor melancólico que lo conecta con el cine Wes Anderson, aunque con mayor amplitud y ambigüedad, pero sin llegar tampoco a la ambición y el riesgo de Paul Thomas Anderson. Aquí, más allá de la originalidad del planteo, de la belleza ostensible de cada imagen y cada sonido, deja poco espacio para preguntarse por cómo nos relacionamos con la tecnología y mucho para enfocarse en cómo nos relacionamos en general. El vínculo como un dispositivo ortopédico, un espacio a completar con nuestras propias proyecciones. En su película más amable, Spike se mete con el tema más incómodo.