El futuro que deja entrever Her se muestra como un porvenir cercano y verosímil. No hay autos que vuelen a toda velocidad, ni viajes a Marte, y ningún ser extraterrestre amenaza con destruir el planeta Tierra. Es un mundo donde parecería que proliferan las apps y los sistemas operativos que acompañan al hombre en su vida diaria; nada demasiado distinto a lo que vivimos hoy, se puede pensar. La ciudad tiene los mismos edificios que se pueden ver hoy, la gente viaja en subte, se embelesa con publicidades en los grandes malls, va a la playa… en fin, no se hace nada que escape a los límites de la experiencia posmoderna. Este tipo de puesta en escena y el conflicto amoroso que se va desarrollando a lo largo de la película buscan mantener cierta empatía que genere un efecto de credibilidad cuando el argumento se pone más del lado de la ciencia ficción y el OS1 desarrolla sus propios sentimientos y voluntades. Este recurso hace de Her un lugar tibio que no se juega a pactar completamente con ninguno de esos dos registros y que elige ir boyando de uno otro, algo que hace que sea una sucesión de acciones forzadas, sin un desarrollo, o que siempre vuelven a lo mismo: cuando un pseudo sindicato de OS1 decida fugarse a un espacio físicamente indecible, o cuando por décima vez el montaje se esfuerza por caracterizar a un Theodore apocado y solitario, todo huele a un patchwork medio berreta.
En definitiva Her hecha mano a ciertas retóricas establecidas de un género como la ciencia ficción -la creación que supera al creador, el amor humano-androide, la inteligencia artificial, entre otras- que quedan flotando como un engañoso halo de innovación para terminar dando cátedra sobre el tema más tradicional del mundo: las relaciones amorosas. Y en esta materia no se priva de ningún vicio. El vínculo entre el protagonista y Samantha atraviesa las etapas representativas de una pareja; se conocen, se gustan, tienen sexo -la pantalla se va oscureciendo hasta fundirse a negro en el clímax, como si la película asumiera que no hay una imagen que corresponda a este hecho, justamente, porque no hay nada corpóreo para observar- aparecen los celos y la infidelidad y, por último, se concreta el abandono que es, al mismo tiempo, una sublevación de los sistemas operativos. Los diálogos que Theodore mantiene con Samantha y con sus semejantes son una serie de frases hechas que empalman con una mirada melanco-catastrófica del amor que predica “te enamores de un humano, o de un sistema operativo, vas a pasarla horrible”. Además, Her adscribe a la mitología de una sociedad tecnológica hiperconectada que paradógicamnete se sume en el aislamiento y la incomunicación. La película toma postura frente a la tradición de un pasado: no es casual que el trabajo de Theodore sea escribir cartas. Desde su actividad se reivindica el valor de una práctica en desuso como la correspondencia epistolar escrita a mano adjudicándole una cualidad artesanal y emotiva de la que carecería, por ejemplo, un mail.
El recurso mejor explotado de la película es el uso de la voz de Scarlett Johansson; desde el trabajo sobre las tonalidades y su correspondencia con los estados de ánimo que poco a poco Samantha desarrolla hasta la canción que el OS1 le dedica a Theodore, llenan de misterio y seducción a un personaje que se define por su ausencia corpórea. Desmaterializar a una femme fatale de la industria cinematográfica es quizás el gesto más innovador de Her, teniendo en cuenta todos los lugares comunes en los que recae argumentalmente.