Ella

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Nostalgia por lo humano

La soledad es un tema universal, el amor también. Ahora bien, con la llegada de la era virtual y la frontera digital a cuestas se han roto y abierto nuevos paradigmas que se entroncan desde las raíces más profundas con aquellos tópicos que desde los ancestros marcan el derrotero de nuestra existencia y que procuran responder tal vez ese interrogante más incómodo que nunca queremos afrontar: ¿Cuál es el sentido de la existencia humana si existe la soledad?

Tal vez enamorarse; encontrar esa mitad para complementar el propio vacío nos acerque a una respuesta aliviadora, pero conscientes siempre de la fugacidad no nos alcanza y entonces surgen alternativas para no estar solo. Internet y las redes sociales llegaron para ocupar ese vacío; llegaron para destapar nuevos vacíos y de ese nuevo vacío -y tantas otras cosas- es de donde el guionista y director Spike Jonze parte para desestructurar a cualquier espectador que pretenda encorsetar su película en un género o procure traducir en una reseña de qué se trata Ella.

El futuro en el que se ancla el film está mucho más acá que allá, porque los elementos que se juegan en la trama existen en el presente pero su aplicación y dinámica excede por ahora la realidad. Con esto quiero decir que es factible que una computadora hable e interactúe con un humano -no que evolucione por su pensamiento- ; realice tareas por él a fin de complementar sus actividades y que ese nexo de interacción entre ambos se pueda percibir –siempre desde el punto de vista del usuario- como algo real; como si tuviese entidad, donde lo artificial se ve anulado precisamente por la necesidad perentoria de creer en algo. ¿Acaso el amor no puede entenderse en cierto sentido como un acto de fe que involucra a dos en principio, cuando no a tres o más de tres?

Ella es un film que abraza la nostalgia por lo humano, dado que el conflicto invisible que arrastra a sus personajes no es otro que haber perdido el tacto por lo humano en reemplazo del no tacto que propone lo virtual. En eso se juega también el cuerpo, lo físico y el deseo no como proyección sino desde lo visceral y la imposibilidad concreta de convertir en acto ese deseo.

La originalidad del guión del creador de Ladrón de orquídeas es por un lado la efímera sensación de construcción de un mundo perfecto para los ojos del protagonista, Theodore (Joaquin Phoenix), cuya tarea consiste en escribir cartas ajenas o tarjetas de salutaciones y seguir ese derrotero de vidas de terceros que lo conecta con su fibra sensible. Su vida social es tan mustia como la música que escucha y el recuerdo de una relación de pareja idílica lleva fecha de vencimiento dado que su próximo paso en el amor es el divorcio definitivo de aquella mujer que pareció amarlo pero que un día se desencantó por verlo cambiado y decidió dar un paso al costado, dejando una importante herida en Theodore y una cuña imposible de romper en ese círculo vicioso de la interacción con otras personas de carne y hueso.

La perfección espontánea llega a partir de la instalación de un sofisticado sistema operativo -se acuerdan de la deliciosa Sueños eléctricos, 1984- que cuenta con la particularidad de ir evolucionando a medida que toma contacto con su usuario. Eso para Theodore es Samantha (Voz de Scarlett Johansson), una alternativa virtual que lo va acompañando en su rutina ¿evolución? y que lo entiende, lo valora, lo necesita igual que él en relación a su dependencia. Samantha comprende los sentimientos e indaga acerca de las particularidades que constituyen los avatares de la existencia humana y con esas respuestas refleja las contradicciones y los miedos por los cuales ese mundo perfecto se derrumba.

La virtud de Spike Jonze es también la de haber creado un personaje absolutamente fuera de campo que tiene más presencia y peso que el propio protagonista, aunque lamentablemente se reconozca muy rápido a Scarlett y entonces se complete ese rostro que nunca aparece y la personalidad avasallante de la actriz surge aunque no se la convoque a pesar de la ausencia del cuerpo. El resto de los laureles se los lleva Joaquin Phoenix en una actuación memorable y Amy Adams que opera como espejo o elemento simétrico para que el conflicto de la incomunicación y la soledad encuentre otros rumbos en paralelo y abra otras grietas. La simetría por ejemplo la constituye el hecho de que ella se dedica a programar juegos interactivos y también esas vidas virtuales forman parte de su propia vida apagada.

Spike Jonze no comete ningún exabrupto o recae en líneas explicativas para despejar todos los interrogantes que atraviesan el universo de Ella; abraza desde lo formal y la imagen melancólica con tonos opacos (soberbia la fotografía de Hoyte Van Hoytema), la música de Arcade Fire y un texto surcado por diferentes capas narrativas aquel cine contemporáneo y urgente que da cachetazos al Hollywood mediocre, moralista y bien pensante, que adormece con finales felices el espíritu del público en vez de proponerle un puente para que se conecte con lo más profundo de su esencia: su dolor y su creatividad para superarlo.