La hechicera.
esde La profesora de piano de Haneke hasta Tip Top de Serge Bozon, las mejores películas de Isabelle Huppert son aquellas donde la violencia deriva hacia el absurdo dejando al espectador en la puerta del secreto de su locura. Si la nueva película de Paul Verhoeven se llama Ella en lugar de Oh… como la novela de Philippe Djian en la que se basa, es debido a la fascinante presencia de la actriz, que despliega los motivos recurrentes en su obra de una manera sarcástica: las relaciones de poder entre madre e hija, verdugo y víctima, placer y sufrimiento. Una película torbellino alrededor de una figura femenina con una energía excepcional. La verosimilitud psicológica y los códigos de identificación son pulverizados por un humor devastador y una lucidez sorprendente. La actriz deriva el curso de los acontecimientos bajo la máscara de un rostro indescifrable. La circulación confusa, atractiva e inquietante de signos es decisiva para hacer de Ella un núcleo ardiente que atrae a todos los que la rodean.
Michele es una madre divorciada, económicamente independiente y segura de sí misma, que diseña videojuegos violentos y eróticos con avatares femeninos y guerreros. El mundo de las pulsiones, las apariencias y los vicios ocultos bajo una diversión ligera. El desdoblamiento de la mujer objeto en heroína manipuladora. Los personajes evolucionan en un universo cotidiano, banal y prosaico. Sus perversiones son fluidas, en movimiento con la vida, el placer y el sadismo. Los sonidos son centrales en la compleja estructura: desde la rotura de vidrios y el chasquido de la carne contra el suelo, hasta el ruido de cubiertos y el golpeteo de las persianas. La música concreta de un universo versátil: la superficie apacible cobija un monstruo listo para emerger ante un ruido de platos rotos. En medio de esta sinfonía disonante, Verhoeven convoca a su musa para que dirija la orquesta. Con su rostro, su cuerpo, su voz y sus gestos, la actriz toca simultáneamente varias cuerdas, desde lo espectacular en extremo hasta lo plenamente cotidiano.
La película quiebra su narrativa donde menos se lo espera. La escena de la primera violación es introducida por la mirada relajada de un gran gato que ronronea. La propensión de Michele a promover el caos que anima en lo profundo de su entorno hace insoportable su propia zona de confort. Su personalidad controvertida es aun más ambigua porque establece una relación frontal ante cualquier situación. Cuando le confiesa a su mejor amiga que tuvo una aventura con su marido, ella espera con los ojos abiertos mirándola a la cara, paciente, el efecto devastador de su anuncio. El contraste entre la atrocidad escandalosa de su pasado y el tono ligero con el que se lo cuenta a su vecino deja ver una interioridad tensa, peligrosa, opaca. La combinación infernal entre la neutralidad aparente y las manifestaciones físicas y emocionales engañosas encuentra su cima en el corazón de la historia: el humor negro despliega toda su dimensión en la mesa navideña con una pequeña comedia humana de parejas gravitando en torno a una Isabelle Huppert más pérfida que nunca.