Uno podría decir que Duro de matar (Die Hard) es lo que es gracias al western y que sagas como las de Freddy Kruegger o Halloween existien gracias a Texas Chainsaw Massacre. Incluso hablar de Interiores de Woody Allen y obligarse a la referencia del cine de Bergman. Hasta podríamos salpicar a Nueve reinas con el recuerdo de algunos grandes policiales del Hollywood de los 70s.
En todos los casos mencionados, la mayor parte de las críticas al momento del estreno de cada film hicieron mención a las referencias o deudas autorales de cada título y/o realizador. En ese marco, llama la atención la festiva celebración con la que la crítica recibió en todo el mundo el estreno de Elle, opus del holandés Paul Verhoeven (Robocop, Total Recall, Showgirls).
Porque este film del desgenerado realizador es, en parte, un remedo de lo que supieron pulir a través de los años tipos como Michael Haneke o Claude Chabrol. El primero a través de una obra subversiva y brutal, de un recorrido plagado de ventanas tapiadas y puertas al vacío. El francés, por su parte, supo transitar una filmografía que manchó de film noir a dramas y comedias por igual. Dos cerebros geniales que, hoy, aparecen mucho más que citados por Verhoeven, un militante del zig zag a la hora de los géneros más que de la posmodernidad de la que es hijo.
Así es que en ese mar de links Elle por momentos deslumbra, pero sólo por el trabajo de Isabelle Huppert, la gran dama del cine francés.
La Elle de Isabelle es Michèle, mujer que a los 50 encuentra en sus momentos de soledad una oportunidad de explorar los vericuetos de la perversión que, a la sazón, aparecen satisfechos por un inescrutable personaje de su entorno.
Aquí, como en La pianiste, de Haneke, el más obvio de los títulos referentes, el personaje de Huppert alcanza el handicap más alto de la flagelación. Lo hace en escenas incómodas para el ojo promedio y ahí radica la fascinación que despierta la película, sobredimensionada por los premios y nominaciones que recibió aquí, allá y en todas partes.
Verhoeven, sobre un guión que deja algunas rendijas abiertas a la hora de la lógica interna, monta sin embargo un buen trabajo de deconstrucción de lo que la actriz y el realizador holandés hicieron en el citado film de 2001, aunque sin la impronta de aquella y con más saldo deudor que otra cosa. Pero se deja ver, por Huppert y su eterno registro de frialdad y fuego interpretativo.