Michèlle (Isabelle Huppert) tiene una cómoda existencia burguesa. Pese a andar por los sesenta, está al día con la tecnología y sabe lidiar con los jóvenes nerd que diseñan video juegos en la empresa que maneja junto a su socia. Una tarde en su fortificada mansión de un barrio de París es asaltada y violada por un encapuchado con pasamontañas; pero Michèlle sigue su vida cotidiana como si nada. Hasta que la asaltan pesadillas; hasta que lo larga en una cena con su ex, su socia y la pareja de su socia, que es también su amante –y la revelación de la cena ocurre, cabe suponer, porque sigue siendo acosada–. Michellè es una mujer de hierro, y es menos una incógnita conocer la identidad del violador / acosador que entender las espirales mentales de la protagonista. Cuando no la tratan con un cuidado que bordea el temor, Michèlle es eternamente acosada, por varones de todas las edades. Ella hace su propio juego, y sabe que alguien le debe una violación. Elle es un film provocador, por momentos sorprendente y en algunos (cabe admitirlo) un poquito aburrido. Una de las razones por las que el film triunfa es porque el juego de Michèlle es también el de Huppert, acostumbrada a estas lides que bordean la circunferencia del morbo (su actuación en La profesora de piano, de Michael Haneke, es siempre un útil y notorio antecedente). Por esta actuación la francesa casi le quita el Oscar a Emma Stone de las manos (¿inverosímil? Miren lo que ocurrió con Moonlight). Claro que detrás de Huppert está la diestra mano de Paul Verhoeven, otro provocador y bordeador de la circunferencia del morbo (Robocop, Atracción fatal): si el objetivo era sorprender, la fórmula no podía fallar.