Debería llamarnos la atención la facilidad con que, en muchas críticas de cine (pero no solo en la crítica de cine), se usan palabras como “burgués” o “feminista” de manera automática, sin preguntarse nunca por el significado, la pertinencia o la validez misma de los términos. Sobre Elles, muchos críticos dijeron que cuenta la historia de una burguesa y que lo hace desde una postura feminista, pero casi ninguna de esas notas explica realmente cómo se plasma eso en la película. Lo que hay más bien es el pegarse a la seguridad de los temas sin involucrarse realmente con el cine, ni con la forma (parece que es demasiado pedirle a una crítica de diario que hable de planos) ni con el tratamiento específico del asunto. Lo cierto es que en ningún momento de Elles se pronuncia la palabra “burgués”, sin embargo muchas críticas, al menos en este sentido, leen correctamente algo que está en la superficie de la película: la directora Malgoska Szumowska señala a Anne, casi de manera despectiva, como burguesa, aunque nunca se la nombre de esa manera. Lo hace subrayando cada momento ingrato de su rutina: el desinterés de su esposo, su rol de cocinera y anfitriona de una cena de la que no desea participar, el desapego impostado del su hijo que habla de emancipación (tiene un póster del Che en la pieza que la cámara encuadra con mucho cuidado: no sea cosa que se nos escape el rol que cumple el personaje), la presión a la que la someten sus editores en la revista, la manera en que los artefactos de la cocina se le rebelan, los secretos que su marido esconde de ella, su insatisfacción sexual. En la descripción que Szumowska hace de la vida de Anne hay un tufillo que huele a condena fácil de su carácter de “burguesa”, como si le dijera: “mirá, estas putas jóvenes, con todas sus frustraciones y el maltrato que padecen, viven mejor que vos, burguesa”.
Las putas en cuestión son dos chicas que, por motivos diversos, dejan los estudios y se dedican a la prostitución. El acercamiento de orden casi periodístico (Anne las conoce cuando las entrevista) escamotea la verdadera tesis de la película: esas chicas, aunque parezcan conformes con su vida, aunque no se muestren insatisfechas, son miserables. Si dicen y se exhiben como medianamente felices, la película habrá de develar insistentemente su verdadero rostro de mujeres sometidas a los caprichos sexuales y a las humillaciones de sus clientes mediante flashbacks. Entonces, esa pretendida neutralidad que la película exhibe al principio acerca del tema, recubre una posición tomada y firme desde el comienzo. Si la directora quería decir lo que dice de esas adolescentes que se prostituyen, debería haberlo hecho sin apelar a una estética cercana a lo documental o al relato de una periodista que, como nosotros, entra en un mundo desconocido no para descubrir algo (la investigación de Anne le sirve a la película para impartir algo parecido a una lección ética y social). En este sentido al menos, Elles es poco honesta, porque se disfraza de exploración de un territorio para transmitir después una opinión clara sobre el tema que hasta contradice el discurso de las propias entrevistadas (“no importa que digas que sos feliz, este flashback donde se ve a un tipo que te mete una botella va a demostrar que mentís, que estás mal, que lo que te pasa es una calamidad”). La directora no respeta el discurso de sus protagonistas, más bien lo cuestiona y trastoca a su gusto para poder utilizarlas como casos de su tesis, como ejemplos que vienen a sostener una opinión sobre un tema importante: a Szumowska esas chicas no le importan más que como argumentos que puede maniobrar a su gusto.
En Elles importa mucho el sexo. Hay varias escenas de sexo, y en algunas se muestran prácticas totalmente atípicas para una película más o menos mainstream. Las escenas están construidas de determinada manera según se trate de un testimonio de las entrevistadas o de una fantasía de Anne: a las primeras les corresponden planos únicos, casi fijos, que miran desde la distancia y nos colocan en el lugar de voyeur; a las segundas, imágenes lustradas y cercanas cuya prolijidad y cálculo remiten a un horrible lenguaje publicitario. Hasta en eso, Szumowska señala la pobreza de Anne y hace hincapié en sus carencias de burguesa: su imaginación no le permite fantasear más que en los términos visuales de algo que se parece a una propaganda de perfume; nada de sexo salvaje o un poco más libre como el de las dos chicas.
De todas formas, la supuesta postura feminista de la película se cae a pedazos cuando aparece el sexo: resulta que la directora, en vez de cuestionar las transacciones físicas que hacen sus protagonistas, las replica y amplifica cuando acude a un sistema estético que se remonta hasta los comienzos mismos del cine: como mirones, la cámara nos introduce sigilosamente en la intimidad de una pareja, observamos casi siempre de lejos, desde la seguridad de la distancia y muchas veces con objetos puestos delante, como si estuviéramos escondidos. Elles, que opina sobre lo mal que están las mujeres en sus relaciones con los hombres y el sexo, sean burguesas o prostitutas, cae en la trampa de usar el sexo como objeto de atracción; la directora quiere atrapar el ojo del público, lo encandila y le regala las imágenes de un intercambio que la propia película califica de espurio. Brevemente: hace un espectáculo de eso que condena. Lo que se juega acá es una cuestión moral: si voy a condenar la vida y el sexo que tienen mis protagonistas y las condiciones en las que se dan esos contactos, no puedo utilizar esas mismas relaciones sexuales para cautivar al público y tratar de atraparlo.
Elles se contradice: quiere ser feminista pero tiene una mirada increíblemente machista cuando sus propias mujeres no pueden ser más que esposas y madres o putas. Su pose feminista también se desarma cuando explota aquello que condena: el sexo de las chicas que se prostituyen es tanto objeto de crítica como de deseo, Szumowska quiere hacer “pensar” a su público mientras que trata de excitarlo, de colocarlo en ese lugar tan caro al machismo como es del voyeur. Una película con ínfulas de feminismo debería comenzar por aprender a escuchar lo que tienen para decir sus protagonistas (las dos entrevistadas) y no reducirlas a meros argumentos a favor de una postura, tratar de entenderlas antes de criticarlas y demostrar que mienten, que en realidad no son felices ni están satisfechas. Esas chicas aplastadas, cosificadas, que por momentos no funcionan más que como herramientas de un debate, ponen al descubierto de la peor manera el supuesto feminismo de Szumowska y su pretendida intención por tratar de comprender el problema de la prostitución de mujeres jóvenes. No hay nada para comprender en Elles, solo una condena que no se corre demasiado del lugar común y que se disfraza de exploración desprejuiciada.