Fantasmas íntimos
Contar un historia no es lo mismo que componer una trama. Si no se entiende ese concepto básico, se corre el riesgo de cometer la larga serie de equivocaciones narrativas que hacen de Ellos vienen por ti un producto muy inferior al que hubiera podido ser.
Desde el elenco mismo, la película australiana parece declarar sus buenas intenciones. Adrien Brody y Sam Neill son figuras prestigiosas y reconocidas que proyectan un halo de seriedad a cualquiera producción.
Y esa seriedad se deposita casi como una carga gravitatoria en cada escena, tanto en la fotografía y la iluminación (oscura, ominosa) como en la banda sonora. Todo lo cual resulta en una atmósfera depresiva que por momentos vira a la solemnidad.
Brody interpreta a un psicólogo que ha perdido a su hija en un accidente. Ahora se está tratando con su antiguo profesor y trabaja con pacientes que el profesor le pasa. Pero hay algo que lo perturba, algo que le sugiere que las cosas no son como él las ve.
Tiene la extraña sensación de asistir con lucidez al espectáculo de su propia locura, que se manifiesta en visiones y en fantasmas. Sin embargo, determinadas señales le indican que puede trazar un mapa para salir de ese estado.
Tejida sobre la idea inconsistente de que recordar la escena original de un trauma implica superarlo, Ellos vienen por ti se enreda en su propia trama y se equivoca varias veces en el orden en que debe ir despejando los enigmas.
La fórmula perfecta del suspenso consiste en que a medida que se resuelven las incógnitas aumente el misterio. En este caso, la regla no se cumple, menos por impericia que por temor al misterio mismo. Así, la idea trágica de que los fantasmas son muertos que claman venganza se licúa en una versión revanchista, justiciera y más o menos psiconalítica de la expiación.