Se estrenó uno de los films biográficos más esperados del año: “Elvis”, dirigido por Baz Luhrmann (“Moulin Rouge!”, “El Gran Gatsby”). La historia del Rey del Rock and Roll promete mucho para estas vacaciones de invierno… ¿Cumple?
El Coronel Tom Parker (Tom Hanks), viejo y agonizante, cuenta cómo encontró el mejor “acto de circo” de su vida, Elvis (Austin Butler), a quien representó por muchos años, y argumenta no haberlo “matado” ni “estafado”. Parker, allá por los años ‘50, solía gestionar un espectáculo itinerante de música country. En uno de los viajes, le hacen escuchar un demo que le llama la atención, pero descarta por ser música “negra”, o más bien, común en la comunidad afroamericana. Cuando le dicen que el cantante es en realidad blanco, el Coronel decide ir a verlo cantar en una grabación en vivo (con público) de un programa de radio llamado Louisiana Hayride. El sex-appeal y la voz de Presley, gestados en un pueblo pobre de Memphis, escuchando soul afroamericano, transforman a la audiencia. Lo que sigue a eso después, es la historia del ascenso más alto y caída más trágica de uno de los artistas musicales del siglo XX con más impacto a nivel mundial.
Baz Luhrmann es conocido por su afición al storytelling intenso y dramático, y esta cinta no es la excepción. Las decisiones tomadas, ya sea en el estupendo casting de Butler como Elvis, o la impresionante fotografía, nos sumergen por completo en lo que sucede en pantalla. La temática de la ciudad de Las Vegas, las apuestas, el simbolismo, el brillo, así como la aridez, la neutralidad y también oscuridad, muestran hermosos contrastes describiendo diferentes épocas de la vida del cantante y su carrera en crecimiento, apogeo y luego crisis.
El trabajo actoral no podría ser mejor, sumado a la capacidad del departamento de arte para terminar la transformación física del elenco. Butler exuda talento y logra moverse, sonar, mirar, sonreír, seducir y hasta sudar como Presley lo hacía, y con la misma aparente facilidad. Hanks, por otro lado, más allá de ejecutar su rol de forma adecuada, no es especial o irremplazable. La química, sin embargo, entre todos los actores, y la dinámica que se logra, nos captura y nos hace sentir mucha empatía por el cantante y su ingenuidad frente a una industria que lo consume por completo.
Es necesario destacar la audaz mezcla de sonido y la impecable musicalización. Se hace un gran énfasis en las influencias del artista: en un Estados Unidos extremadamente segregado y con mucha gente racista, era fácil confundir la música de Presley como “música de blancos”, como el coronel quiso venderlo por un tiempo. Pero lo que hace esta cinta es hacer entender a nuevas generaciones que todo lo que escuchan ahora tiene un origen en la apasionante música negra de principios y mediados del siglo XX. El soul, el funk, el jazz, y todo lo que vino después (y durante) es producto de una cultura viva, que evoluciona y se transforma, siendo así Presley un importantísimo agente de cambio. Luhrmann intenta, de esta forma, generar una suerte de reparación para con la comunidad afroamericana y la tremenda apropiación cultural de la que fueron foco durante mucho tiempo (y, en algunos casos, aún lo son).
La dirección de arte y especialmente el maquillaje y vestuario son la frutilla de la torta para este film; realmente se lucen y aprovechan para “tirarle todo encima”; puras decisiones acertadas al vestir al muchacho flaco, talentoso y, como lo describe Parker (Hanks), “amanerado”. Se muestra al intérprete con un hombre sin miedo a vestirse fabulosamente, a llevar el show a su cuerpo y atraer atención hacia este. Un hermoso antecedente de lo que actualmente conocemos como la “yassificación”.
Esta es una película absolutamente imperdible para estas vacaciones de invierno, para todas las edades. Mi recomendación: ¡verla en salas con buen sonido Surround! A no perdérsela; a enamorarse de Elvis una vez más.
Por Carole Sang