Es una película musical con acento melodramático, absolutamente desmesurada, como es el sello de su creador Baz Luhrmann. Y como se comprueba, del tamaño de su admiración por un hombre que cambio la historia de la música popular, la relación del ídolo con la pasión desatada de sus fans, y la oscura y tremenda historia con su abusivo representante el Coronel Parker. Los momentos musicales son fantásticos, colores intensos, explosión del lenguaje del videoclip, graficas retro, una edición intensa que logra un impacto visual realmente asombroso. Y además los temas de Elvis remasterizados y reeditados, con otros temas contemporáneos, como suele hacer su habitual supervisor musical Anton Monsted. Las partes musicales son electrizantes, recargadas, y hasta agotadoras. En el centro de ese fervor Austin Butler que no solo se dedico a moverse como Elvis, no es un imitador, sino que se metió en la piel de un ídolo desde que comienza su carrera hasta su decadencia final. Esta composición con su rostro aniñado y bello, desvalido por momentos y transformado sobre el escenario seguramente será premiada. Toda la visión del origen, con ese niño que abreva de la canción afro-americana y el góspel y la conjugación única, nunca vista de en un cantante blanco, mas los custodios de la moral y la persecución de las agencias de inteligencia, y los asesinatos de los Kennedy y Martin Luther King, ubican inteligentemente a la película en su contexto histórico. Pero en el centro de la historia, el narrador elegido, es sencillamente repelente; ese descubridor, representante y manipulador que definió la carrera de Elvis, es un negro por momentos indigerible. Tom Hanks, en un personaje único en su carrera, aun debajo de toneladas de siliconas para transformar su rostro en un esfuerzo grotesco e innecesario, encarna a un ser repugnante, un ladrón sin medida ni piedad, su elección como narrador desagrada. En este melodrama agigantado, es el diablo que solo sabe utilizar a ese ídolo- cuya construcción se atribuye-para exprimirle hasta su última gota de sangre. Un ser repugnante frente a otro lleno de luz. Con un Elvis decadente, casi desmayado, solo dice “Lo único que me interesa es que este hombre suba al escenario esta noche”. No importa como reanimarlo. La película no tiene una narrativa fluida, elige momentos, elige que resaltar y se olvida de personajes tan ricos como la madre de Elvis o Priscilla, su gran amor. Pero en su caprichosa, desorbitada concepción y extensión (dos hora y media) también conmueve, tiene un corazón que late desgarrado y fascina. Por eso hay que verla.