La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
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CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW)
ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022
El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones.
Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann.
Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX.
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ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022
El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
Elvis, de Baz Luhrmann - Poster
Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones.
Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann.
Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX.
Elvis, nace una estrella
Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955.
Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar.
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CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW)
ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022
El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
Elvis, de Baz Luhrmann - Poster
Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones.
Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann.
Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX.
Elvis, nace una estrella
Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955.
Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar.
En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros.
Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión.
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CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW)
ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022
El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
Elvis, de Baz Luhrmann - Poster
Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones.
Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann.
Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX.
Elvis, nace una estrella
Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955.
Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar.
En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros.
Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión.
La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas.
Un Elvis para la generación MTV
La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana.
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CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW)
ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022
El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
Elvis, de Baz Luhrmann - Poster
Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones.
Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann.
Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX.
Elvis, nace una estrella
Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955.
Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar.
En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros.
Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión.
La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas.
Un Elvis para la generación MTV
La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana.
Por otro lado, es interesante cómo diversas expresiones de la cultura pop, entre las que podemos nombrar el cómic, el videoclip y hasta el hip hop contemporáneo, se compaginan tan fantásticamente en esta obra de época que, al igual que el mesías del rock and roll, también se vale de su imaginería kitsch. Esto, sumado a un diseño de producción meticuloso que proyecta la esencia de cada momento y lugar, de Memphis a Las Vegas, y a un poderoso vestuario a cargo de la diseñadora Catherine Martin (Moulin Rouge!), hacen de Elvis una biopic visualmente vibrante e hipnótica.
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CRÍTICASElvis, de Baz Luhrmann (REVIEW)
ByGiuliana BleekerPublished on 11/07/2022
El director de Moulin Rouge! imprime su estilo exuberante y embriagador en Elvis, la biopic heterodoxa del Rey del Rock and Roll. Crítica a continuación.
La extravagante y tormentosa vida de Elvis Presley ha sido siempre una página irresistible tanto para melómanos como para historiados y curiosos. Originario de Tupelo, un barrio humilde de Mississippi, la leyenda del Rock supo beber de la música góspel que escuchaba en la Iglesia, refugio de las familias obreras, así como también de las melodías country y aquellos sonidos bluseros provocadores que convocaban a la comunidad afroamericana en aquelarres de nostalgia y sensualidad en la famosa calle Beale de Memphis. Fue la fusión de estos mundos lo que configuró el lenguaje artístico de Elvis y le permitió elevarse entre la generación de baby boomers, hambrientos de nuevos referentes.
Elvis, de Baz Luhrmann - Poster
Contra todo pronóstico, lo que en un principio desconcertó a una audiencia de jovencitas sucumbida ante los movimientos prohibidos del músico rebelde, rápidamente acaparó la atención de los medios y los cazadores de talentos. El resto es historia: cientos de discos de oro y platino, películas, shows desbordantes y un melancólico descenso a los infiernos como prisionero de su fama en Las Vegas, ciudad donde encontró la muerte en 1977 producto de sus adicciones.
Y si había alguien que podía plasmar, con el mismo nivel de euforia y épica, aquel remolino de sensaciones que significó la irrupción de Elvis durante los años ’50 en la sociedad norteamericana, definitivamente ese era Baz Luhrmann.
Fiel a su estilo excesivo y teatral, el director australiano responsable de la ópera pop Moulin Rouge! (2001) y de la adaptación de El Gran Gatsby (2013), presenta en Elvis una historia frenética que parece salida de las historietas que leía el cantautor, con villano propio incluido, aventuras y sus típicos mashups que compaginan diversos estilos y épocas. Como en una montaña rusa, Luhrmann recorre el origen, esplendor, la construcción del mito y la apresurada caída de uno de los personajes más importantes del siglo XX.
Elvis, nace una estrella
Elvis da inicio en la década de los ’90 mostrando al Coronel Tom Parker (Tom Hanks), antiguo manager del músico, en el crepúsculo de su vida mientras rememora la oscura historia detrás de aquella relación y afirma haber sido el artífice detrás del icono. Narrado por la voz en off del Coronel, a quien Hanks le imprime un exagerado e intencional acento sureño, el relato traslada a la audiencia rápidamente a un momento clave: el recital de Louisiana Hayride en enero de 1955.
Esa sería la fecha en que Parker, un veterano del ejército con un pasado secreto, conocería por primera vez a aquella voz misteriosa que había escuchado en la radio y que llamó su atención al descubrir que se trataba de un cantante blanco. En el momento en que Elvis Presley (Austin Butler) sube al escenario y la música empieza a sonar, el ritmo desenfadado y los movimientos pelvianos ultrasensuales hacen estallar al pequeño auditorio repleto de mujeres en pleno éxtasis. No había forma de que aquel chico de jopo engominado no fuera un éxito y el Coronel, quien en ese entonces se ganaba la vida como promotor de circo, era totalmente consciente de ello. Apelando a su poder de persuasión, el astuto representante convence al joven músico de trabajar con él, prometiendo no solo un contrato con una discográfica magna, como era la RCA, sino la posibilidad de ser conocido en todo el mundo. El camino a la gloria apenas estaba por comenzar.
En mayor o menor intensidad, la película revela los momentos imprescindibles en la vida del Rey del Rock. La influencia de la música afroamericana se manifiesta desde una óptica lisérgica, con escenas de estética onírica del pequeño Elvis en su Tupelo natal infiltrándose en reuniones secretas en carpas pentecostales repletas de humo, guitarras, voces rasposas y bailes libidinosos. Tiempo después, se puede ver a Elvis en su juventud por las calles de Memphis asistiendo a conciertos y compartiendo su arte con músicos de rhythm and blues como Big Mama Thornton (Shonka Dukureh), Big Boy Crudup (Gary Clark Jr.), BB King (Kelvin Harrison Jr.) y Little Richard (Alton Mason). Claramente, la biografía se posiciona en la vereda de enfrente de cualquier pensamiento popular que insinué que Elvis les haya robado su creatividad a los artistas negros.
Más allá de todos aquellos elementos del montaje que alejan a Elvis de una biopic ortodoxa, Luhrmann mantiene cierta línea temporal que permite a los espectadores ser testigos de los porqués detrás del auge y declive de la leyenda. La ida de Elvis en 1958 y en pleno éxito musical al servicio militar en Alemania (plan ideado por Parker para calmar las aguas de quienes lo veían como una amenaza hacia la moral y las buenas costumbres), la relación sentimental con Priscilla (Olivia DeJonge), con quien se casaría y tendría su única hija, los recitales multitudinarios, los especiales televisivos, el consumo desmedido de anfetaminas y las revelaciones constantes de Elvis ante las imposiciones de su manager, impregnan este relato de 2 horas y 39 minutos de extensión.
La segunda mitad de Elvis encuentra al músico desesperado por desvincularse de las intenciones marketineras de Parker de convertirlo en un producto familiar y volver a abrazar su estilo salvaje, uniendo fuerzas con un implacable productor. Sin embargo, el Coronel nunca deja de tirar de los hilos y cual títere, Elvis es engañado para continuar trabajando a merced de las deudas y vicios del hombre de negocios. Una situación agobiante que termina conduciendo al artista hacia la etapa más triste de su vida, con su cuerpo deteriorado y resignado a entregar sus últimos años a conciertos exclusivos en el Hotel Internacional de Las Vegas.
Un Elvis para la generación MTV
La película de Elvis es todo lo que cabría esperar de un proyecto de Baz Luhrmann, con los pros y contras que esta frase implica. La edición, llena de estímulos visuales artificiosos, los cortes rápidos y los movimientos vertiginosos de cámara, forman parte de las marcas a las que nos tiene acostumbrado el director. Un aspecto que seguramente sea lo que más divida aguas en esta ocasión, teniendo en cuenta que fuera de los brillos y la opulencia, lo que al público le interesa ver es al hombre de carne y hueso detrás del mito. De alguna forma, aquella conexión se consigue y aunque resulte paradójico, el Elvis de arriba del escenario es retratado con una cercanía y una sensibilidad que dice mucho más de su persona que cualquier otra escena de su vida cotidiana.
Por otro lado, es interesante cómo diversas expresiones de la cultura pop, entre las que podemos nombrar el cómic, el videoclip y hasta el hip hop contemporáneo, se compaginan tan fantásticamente en esta obra de época que, al igual que el mesías del rock and roll, también se vale de su imaginería kitsch. Esto, sumado a un diseño de producción meticuloso que proyecta la esencia de cada momento y lugar, de Memphis a Las Vegas, y a un poderoso vestuario a cargo de la diseñadora Catherine Martin (Moulin Rouge!), hacen de Elvis una biopic visualmente vibrante e hipnótica.
La actuación de Austin Butler como el legendario Elvis resulta más que gratificante. Lejos de las parodias que tanto han azotado al Rey, el joven actor que participó en las últimas películas tanto de Jim Jarmusch como de Quentin Tarantino, combina armoniosamente el arte provocador de Elvis con su personalidad empática, sensible y por momentos, extremadamente frágil. No se puede decir lo mismo de parte de Tom Hanks, a quien la configuración del Coronel como un villano hiper caricaturesco no le concede mucho margen de trabajo.