LA FRIALDAD SECRETA
Hay una escena de Elvis que puede ser mucho más relevante de lo que uno cree. Allí el Coronel Parker está mostrándole tanto al astro como a la familia de este el merchandising que está realizándose con su figura. Entre objetos de todo tipo y color aparece tanto un pin que dice “amo a Elvis” como otro que dice “odio a Elvis”. Cuando la madre de Elvis le pregunta no sin cierto enojo a Parker por qué hay un pin que expresa sentimientos negativos hacia el cantante, el Coronel responde que si hay gente que detesta a su cliente, lo mínimo que puede hacerse es sacar ganancia de eso. Es una forma inteligente de mostrar la personalidad del Coronel: extremadamente hábil, y más preocupada por Elvis como producto que como persona, al punto tal de ver el odio que tienen hacia su cliente no como algo molesto sino como una oportunidad para facturar.
Es curioso que Luhrmann haya elegido que la historia de Elvis sea contada desde la perspectiva de un personaje que roza (cuando no toca) la psicopatía. Por no decir además que el Coronel Parker, aquel histórico manager de Elvis, es uno de los personajes más infames de la historia del rock. Pero supongo que hay una lógica en ello, una que tiene que ver con explorar el Elvis que a Luhrmann (o mejor aún, a la estética de Luhrmann) le queda más cómodo.
Luhrmann es un cineasta obsesionado con la intensidad, uno de esos realizadores que nunca le importó mucho seguir aquella máxima de Minnelli que decía que la espectacularidad sólo funcionaba por contraste, y que si todo era espectacular, nada terminaba siéndolo. Luhrmann ha creído y sigue creyendo que uno puede mantener una estética desbordada durante horas. Su estrategia no pasa tanto (o no pasa sólo) por la edición acelerada y la música pop explotando cada minuto, sino por algo más elaborado que eso: hacer de cada plano, de cada escena, algo estéticamente sorprendente. A cada rato Luhrmann mueve la cámara de forma extravagante, recicla algún recurso que remite o al videoclip o a la época muda, utiliza el recurso del anacronismo en una película de época para sorprender a su espectador, o explora las posibilidades del color mediante lo escenográfico, lo lumínico o el uso de distintos filtros.
Si se entra en esa estética, el cine de Luhrmann puede ser a veces una verdadera fiesta, pero de lo que necesita es de una historia simple y personajes estereotipados. Moulin Rouge!, con sus conceptos básicos, sus personajes perfectamente delineados a los segundos de ser presentados, es un buen ejemplo de esto. Su caso contrario es su versión de El Gran Gatsby. Allí la adaptación fiel de una novela con personajes ambivalentes, que necesitaba de una puesta en escena sobria, choca inevitablemente con la estética eufórica del realizador. El resultado de su versión de la novela de Fitzgerald termina siendo como ver una obra maestra pictórica llena de detalles exquisitos desde la perspectiva de una montaña rusa.
Decidir que la historia de Elvis sea narrada desde la óptica de un chanta, un vendedor obsesionado más con la leyenda de Elvis que con el Elvis de carne y hueso, le permite a Luhrmann que ese Elvis sea ante todo un mito antes que un humano, capaz de moverse y cantar de forma tal que provoque una energía sexual desbordante e irrefrenable sin importar en qué contexto se encuentre. De hecho la escena más perfecta de la película sucede en ese instante en que Elvis da un concierto en un teatro pequeño, cuando aún era un desconocido, y Luhrmann nos va revelando de a poco y mediante un montaje virtuoso la excitación cada vez mayor de las mujeres del público. Se trata de un momento de suspenso exquisito, con su cantante vistiendo un traje rosa y un peinado extravagante mientras exhibe frente al escenario algo que de a poco va transformándose en un ritual erótico y pagano.
Pero Elvis no es solamente un gran showman en esta película. Acaso además sea, sin proponérselo, una posibilidad de unión entre las razas negras y blancas en un Estados Unidos marcado por la segregación. También es retratado como un chico querible, algo ingenuo, que ama profundamente a su madre, no conoce de ningún tipo de discriminación ni tiene aires insoportables de divismo. Sí es un esposo infiel y uno puede deducir también que un padre poco presente, pero es imposible no relacionar esto con un ritmo de vida vertiginoso, producto de una fama imposible de resistir para cualquier hombre; un genio del carisma cuyo mayor talento lo llevó a un remolino de adrenalina y adicciones que no pudo resistir.
Es una versión simplificada y carente de matices, pero, nuevamente ¿qué puede esperarse de un vendedor talentoso como Parker que nos hable de un producto en forma simplificada y atractiva? El Elvis del coronel es al fin y al cabo eso, un superhéroe de historieta (algo que la película representa de forma literal en una de las escenas más atractivas del film), que viste con trajes extravagantes y se mueve y habla distinto a cualquiera. Desde este punto de vista, la sorprendente actuación de Austin Butler se ajusta perfecto a las intenciones del director. Su interpretación es impostada (todo lo hace con estilo, no sólo cantar y bailar sino también tirar un cigarrillo, cruzar una vereda y sentarse en un sillón) sin que esto implique caer en la imitación ridícula ni en un personaje tan artificial que nos sea imposible empatizar. Distinto de lo que pasa con Hanks interpretando al Coronel Parker, con unos mohínes y un acento tan marcado que termina por ser irritante. Especulo que debemos esta actuación fallida no tanto a Hanks sino a un Luhrmann, que buscó básicamente que uno de los actores más naturales que tiene Hollywood se transforme en una suerte de payaso con rasgos psicopáticos y un maquillaje evidentemente falso. Es una actuación que en algún punto corresponde a la de un farsante, alguien que está actuando para su propio beneficio y piensa que el espectáculo lo es todo. Quizás por eso a uno no le extraña que el relato del propio Coronel no sea apologético. No intenta disfrazar ni pedir disculpas porque fue un canalla y un explotador, ni siquiera porque cometió una tremenda cantidad de errores para con la carrera de Elvis al punto tal que algunos de sus picos más grandes como artista se dieron gracias a que lo desobedecieron. A uno le da la impresión de que el Coronel justifica todo el mal y los errores que hizo porque le dio al mundo a un ícono inolvidable.
Es posible que Luhrmann tenga más en común con el Coronel de lo que está dispuesto a admitir. Más allá de que hacia el final quiera condenar moralmente su figura, es evidente que Luhrmann se siente cómodo con su Elvis artificial, uno que es ante todo y sobre todo un fenómeno estético hecho de estilo, baile, euforia y erotismo. Tal es así que los momentos más evidentemente fallidos de la película se dan en los comentarios políticos o en cualquier escena donde la película quiera hablar aunque sea un poco de las relaciones humanas de Elvis. Ahí está esa escena espantosa y de un mal gusto increíble donde se corta un clip euforizante para mencionar el asesinato de Robert Kennedy; el recurso de usar estereotipos groseros para describir a racistas y censores; o la reducción de las cuestiones más intimistas de Elvis (como su relación con su esposa e hija, o la falta de carácter de su padre) a un par de escenas intrascendentes.
Es como si Luhrmann se sintiera obligado a filmar todo esto para cumplir con el manual del biopic de Elvis, sin darse cuenta de que solo entorpecen la narración y dejan en evidencia las limitaciones de él como cineasta. Es que en el fondo, tras su máscara apasionada y vibrante, su gusto por lo excesivo y las pasiones desmesuradas, Luhrmann es un director frío, muy frío, cuya mayor obsesión está en la experimentación técnica y las posibilidades estéticas del cine. Todo mundo que esté por fuera de eso, todo lo que implique la esfera de lo íntimo o lo social no es en el fondo su interés o no sabe cómo retratarlo con la más mínima profundidad. Como al Coronel, las texturas brillosas le son mucho más interesantes que lo que puede haber en el fondo de ellas. Y ese amor puro y exclusivo por las superficies termina generando en el caso particular de Elvis un film con momentos magníficos pero fallido en su conjunto, un raro caso de una película intrascendente con escenas inolvidables, que ilumina mucho menos sobre Elvis o el Coronel Parker que sobre las virtudes y defectos de un director particularísimo. Una película distinta en un contexto cinematográfico donde lo distintivo es cada vez más infrecuente. No es lo mejor, pero tampoco es poco.