Elvis

Crítica de Santiago García - Leer Cine

Elvis es la sexta película de Baz Luhrmann, un hecho bastante curioso teniendo en cuenta la popularidad de algunos de sus títulos. Nueve años pasaron de su film anterior, El gran Gatsby. Desde el inicio del proyecto en el año 2014, quedaba claro que era el director ideal para este título, aunque muchos otros realizadores podrían haber aportado otras miradas, sin ir más lejos John Carpenter en 1979. Pero Luhrmann tiene un sentido del espectáculo y una estética que lo hace parecer la versión director de cine de la ciudad de Las Vegas. Esa ciudad es, claro, una pieza clave dentro de la carrera de Elvis Presley.

De todos los artistas del siglo XX, Elvis es uno de los más complejos y diversos y su vida incluye etapas muy diferentes entre sí, cada una marcada por características difíciles de aunar en un solo relato. Muchos biopics de artistas prefieren tomar solo un fragmento de una vida para evitarse los problemas de pasar por tantos momentos tan disímiles. Pero Baz Luhrmann no es un director al que le falte coraje o ambición, así que en esta película apuesta a cubrirlo todo. Ya se sabe que el corte original duraba cuatro horas, pero lo que quedó finalmente para el estreno son dos horas y media. Sin haber visto la versión más larga, nada de lo que podamos decir tiene mucho asidero, aun cuando los cortes más largos de las películas ambiciosas suelen ser más interesantes y logrados. Por ahora, ese no es nuestro problema.

La película tiene un comienzo arrollador y una noticia que los primeros espectadores no tienen, aunque con el correr de los meses se vaya sabiendo más. La historia tiene dos protagonistas y solo uno de los dos es el narrador. Y no es Elvis (Austin Butler), sino su manager, el Coronel Tom Parker (Tom Hanks). Esto puede verse raro en un comienzo, porque no se compara la fama de ambos personajes. Mientras que cualquiera que conozca bien al músico conoce a Parker, la mayoría de los que solo conocen a Elvis por escucharlo no tienen la más remota idea de quien ese personaje raro, con un acento europeo y un aspecto poco agraciado. En ese sentido la película se debate entre aquellos que saben del tema y los que no tienen idea. La tesis de Elvis es muy sencilla: el Coronel Parker llevó a Presley a la gloria y al mismo tiempo lo condenó al desastre. Tal vez ambas cosas hubieran ocurrido sin él, pero eso nunca se sabrá. Baz Luhrmann juega a realizar un Fausto que le debe, secretamente, mucho a las opera rock de los setenta, incluyendo Fantasma en el paraíso.

El éxito de Elvis Presley no tuvo nada que se le compare, ni antes ni después, su legado es gigantesco y está completamente vigente. Su influencia en la música supuso una revolución en aquel momento y lo sigue siendo hoy. Se han hecho muchas películas sobre él, cubriendo diferentes épocas de su vida, también documentales, series y su figura ha aparecido, aunque sea de forma breve, como un personaje clave de la cultura popular. Esto sin sumar sus participaciones televisivas, su famoso especial de 1968 y sus treinta largometrajes. ¿Puede una película captar todo eso? Hay que sumarle su vínculo con la música afroamericana, el góspel, el blues, su herencia de la música country y su convivencia con diferentes modas. Su paso por el ejército, su época de paranoia, su condición de mito y su vida privada. La película intenta -y logra- cubrir todo eso.

Ahora bien, esto es Baz Luhrmann, por lo que algunas de las cosas que cubre la película pasan a toda velocidad, en gran parte son imposibles de registrar completamente. Algunos momentos son sublimes e invitan, como siempre en este realizador, a ver el largometraje más de una vez. Sin embargo lo abrumador tiene un efecto más logrado en los primeros momentos del film. La escena en la que él sube al escenario y comienza la locura en el público pone la piel de gallina. Es un momento puramente cinematográfico. Si uno no conoce a Elvis, por primera vez alguien nos explica qué fue lo que hizo y, simplificaciones aparte, como logró lo que logró. Lo que no se entiende con imágenes lo explicará la voz en off del Coronel Parker, pero no tendrá el mismo efecto. Más aún, el acento marcado y la ironía permanente son un recurso que se va apagando con el correr de los minutos. La película no se hace larga porque no cuente cosas interesantes, se alarga porque resulta difícil seguir acumulando información. No es irónico decir que si fuera más larga, se sentiría tal vez más divertida. El montaje frenético y brillante de la película deja de golpear con la misma calidad. O tal vez sea glorioso ver un ascenso y menos interesante ver una decadencia.

Pero de lo que no hay duda alguna es que se trata de un largometraje en el sentido más bello del término. Narración potente, actores dándolo todo, decorados increíbles y el vestuario inagotable que uno puede imaginar. El amor de Baz Luhrmann por el gran espectáculo siempre es bienvenido. No es Moulin Rouge pero mantiene la alegría de filmar que también se veía en Romeo + Julieta. El actor es directamente Elvis y la película juega al final con esa mimetización. Si algún ser humano sale de ver esta película sin cantar las canciones, entonces es sordo o está muerto. La vitalidad y la energía del Rey del Rock están captadas a la perfección.