El derecho a la salud, allende las nubes
Por esos alineamientos de los astros, “Elysium” se estrenó en el marco de la más virulenta batalla por el “Obamacare”, el proyecto de salud del presidente estadounidense, tan combatido por los republicanos (especialmente por los ultraconservadores del Tea Party) que no dudaron en provocar el cierre del gobierno.
No habría mejor marco, porque Neill Blomkamp (creador de la destacada “Sector 9”), hábil a la hora de construir relatos de ciencia ficción, aprovecha el género para reflexionar sobre el presente y la condición humana (que siempre fue de lo más interesante que ha tenido la ciencia ficción).
En este caso, la metáfora es bastante directa. En el siglo que viene, el mundo está contaminado y superpoblado. La ciudad de Los Ángeles es como la Villa 31 elevada a la enésima potencia, y es ya bilingüe de tanto latino que se ha radicado ahí. Mientras tanto, los ricos se han ido a vivir a Elysium, una estación espacial con forma de Toro de Stanford (una figura basada en dos anillos concéntricos con un núcleo, teorizada en dicha universidad para la vida en el espacio), donde se han hecho un mundo que parece Beverly Hills y donde, entre otros lujos, tienen las MedBays, un dispositivo que cura o regenera cualquier tejido orgánico. Así, la enfermedad y la muerte son esquivas a los pudientes “ciudadanos”, mientras que abajo la gente se apiña en atestados hospitales a ver si los arreglan un poco “a la antigua”, o en algunos casos tratan de entrar clandestinamente (a riesgo de que los maten) a la estación, al menos el tiempo suficiente como para conseguir usar una MedBay.
En ese contexto se crió Max Da Costa, en un orfanato de monjas, donde conoció a Frey, una niña de la que se hizo muy amigo. Años después, Max es un ex ladrón que trabaja en Armadyne, una de las fábricas que provee robots al poder de Elysium. El mismo día en que se reencuentra con Frey, sufre un accidente y recibe una dosis letal de radiación.
Sólo una MedBay podría salvarlo antes de que muera en cinco días. Así, se compromete con su ex jefe para cometer un delito a cambio de un viaje clandestino. La idea era robarle información del cerebro al director de Armadyne, justo cuando acababa de encriptar un código de reinicio al sistema del Elysium, a pedido de la golpista secretaria de Defensa Delacourt (que no tiene nada que envidiarle a Sarah Palin, Michelle Bachmann u otras elegantes “halconas” republicanas).
Poseedor de esa información clave, Max se convertirá en la piedra de toque de un posible cambio en el curso de las cosas, entre su propia desesperación y expectativas más elevadas.
Construir un mundo
Blomkamp mismo es un conocedor del mundo de los efectos especiales, por lo que sabe sacarle el mejor provecho a los mismos, desde el manejo de los presupuestos al diseño de armas y artefactos. A pesar de contar con el apoyo de los más renombrados estudios (Industrial Light & Magic, fundado por George Lucas, y Weta Workshop, de Peter Jackson), no hay un abuso de la digitalidad (aunque las vistas espaciales de la estación son magnificentes). Como en “Sector 9”, elige esas tensiones entre el elemento futurista (un traje, una nave) en un contexto de fotografía “sucia”, que retrata el mundo salvaje y terrenal (el mundo de “arriba”, por el contrario, es prístino, luminoso, aséptico).
Además logra un buen balance entre la metáfora que quiere mostrar, la ciencia ficción especulativa (la construcción de un mundo futurista con sus reglas de funcionamiento) y el relato, que se desenvuelve complejo y atrapante en menos de dos horas, y a la vez pleno de acción y violencia, para los que gustan de las aventuras.
A lo sumo, entre las críticas que se le pueden hacer estarían cierto final abierto (cuyas interesantes implicancias quedan afuera del relato) lo que en sí no debería ser necesariamente un problema; y una carencia a la hora de la especulación: ¿cómo se sustentaría ese mundo si todos son inmortales y a la vez tienen hijos? ¿Por qué todos parecen tener diferentes edades? (Andrew Niccol exploró esas potencialidades en “El precio del mañana”, una sociedad donde todos se anclaron en los 25 años).
Personajes fuertes
El guionista y director sudafricano gusta de apostar a los personajes y las actuaciones, aunque el contexto visual se luzca. Así, se apoya en un buen trabajo de Matt Damon como Max, irónico, gastado, con mucho sufrimiento físico, pero sin grandilocuencias de héroe. Lo acompaña la siempre llamativa Alice Braga como Frey, la bonita morocha (como su tía Sonia) que vendría a ser el interés romántico que no está destinado a ser. Diego Luna también es de la partida de “los buenos”, en un papel un poco breve pero correcto, y Wagner Moura como el ambiguo Spider.
Del otro lado, florecen los villanos, que tienen para hacer dulce. Jodie Foster seguro se divirtió en componer a la fría secretaria Delacourt, capaz de ordenar 49 muertes mientras toma champagne enfundada en trajecitos Armani (auténticos). Y Sharlto Copley (el mismo de “Sector 9”) convenció al director de que le reescriba el papel de Krueger para él, convirtiéndolo en un mercenario sudafricano: sucio, feo y malo (el reverso oscuro de los asépticos burócratas de la exclusión), y al personaje, en una máquina graciosamente brutal, con su marcado acento afrikaner y expresiones en afrikaans. William Fichtner como un estirado y detestable John Carlyle completa el equipo.
Entre todos mueven los hilos de una fábula futurista que dice mucho de nuestro tiempo, y alerta sobre los caminos que puedan llevar a la máxima desigualdad.