La celestina estática La fascinación de ciertos círculos de las sociedades anglosajonas con Jane Austen resulta todo un misterio si la pensamos desde el cono sur, ya que más allá de elementos positivos aislados de las novelas de la susodicha, como por ejemplo el naturalismo mundano y cierto uso interesante de la ironía, la verdad es que el grueso de su obra es extremadamente repetitiva, algo mucho banal y tendiente a una claustrofobia social que parece haber sido la de la propia escritora durante esos 41 años que le tocó vivir entre fines del Siglo XVIII y comienzos del Siglo XIX, siempre obsesionada con los pormenores económicos y morales de la burguesía agraria, las nenas mimadas de esa clase media bucólica tambaleante y los dilemas del corazón en todas sus facetas, una y otra vez remarcando que la única manera de que una mujer asegurase su futuro en la época georgiana era a través del raudo matrimonio. Lejos de cualquier planteo feminista modernoso o siquiera conservador aguerrido, la autora de Sensatez y Sentimientos (Sense and Sensibility, 1811), Orgullo y Prejuicio (Pride and Prejudice, 1813), Mansfield Park (1814), La Abadía de Northanger (Northanger Abbey, 1817) y Persuasión (1818) se pasó gran parte de su producción literaria deambulando en melodramas repletos de subtramas cuya prolijidad formal era sinónimo de falta de brío, imaginación y/ o una mínima capacidad para ponerse en los zapatos de otras clases sociales que no sean la de estas eternas aspirantes a formar parte de la nobleza inglesa del momento, con toda su soberbia y evidentes miserias. Emma (2020) es otra traslación más de la novela homónima de Austen de 1815, la cual ya había sido adaptada por la televisión y la pantalla grande en innumerables ocasiones durante el siglo pasado y el que estamos atravesando. La película que nos ocupa es tanto la ópera prima de la directora norteamericana Autumn de Wilde, una fotógrafa y realizadora de videoclips de larga data, como de la guionista Eleanor Catton, una novelista neozelandesa que hace lo que puede en esto de retratar con coherencia retórica los múltiples embrollos en los que se mete la protagonista, la Emma Woodhouse del título (Anya Taylor-Joy), al intervenir en la vida de amigos y vecinos varios “facilitando” el amor entre ellos a puro capricho. Los secundarios más reconocibles vuelven a ser el padre de la muchacha, el Señor Woodhouse (Bill Nighy), una amiga hiper influenciable, Harriet Smith (Mia Goth), y su interés romántico de ocasión, George Knightley (Johnny Flynn). La película es correcta y no mucho más y arrastra el mismo dejo anodino de la obra literaria original, incluso quebrando en parte dos de los fetiches más importantes de Austen mediante la figura de Emma, quien no padece problema económico alguno y tampoco pretende casarse, precisamente por ello terceriza la obsesión romántica de turno emparejando -cual celestina de barrio- a todos los que se cruzan en su camino. Muchas veces se suele decir que este sustrato estático y medio de probeta de los relatos de la escritora se explica porque justo le tocó vivir en un período de transición entre las épocas georgiana y victoriana que ella decidió obviar, optando por omitir la industrialización, la expansión colonial y las diferencias sociales al centrarse sólo en los vaivenes románticos y los “requisitos” que debían aglutinar las mujeres para contraer matrimonio. Así como en sus novelas el dispositivo moralizador a veces termina opacando la meticulosidad de las historias, en el film la belleza de los sets, el vestuario y las locaciones no puede disimular la poca profundidad general de quien abarca mucho y aprieta poco, a lo que se suma el gran desempeño de unas geniales Anya Taylor-Joy y Mia Goth que terminan desperdiciadas en una trama con demasiados recovecos, momentos apresurados y diálogos y situaciones que resultan cursis. La moraleja vuelve a ser “no te metas en la vida de los demás porque los efectos te sorprenderán e incluso podrías negar tu propia felicidad”, algo loable que aquí desemboca en una obra austera y algo aburrida que parece avanzar en piloto automático…
La estética de la contemplación El debut cinematográfico como directora de Autumn de Wilde no puede ser más exquisito y peculiar. Esta nueva versión de la novela de Jean Austin es adaptado sabiamente por Eleanor Catton. Bonita, inteligente y rica, la joven Emma Woodhouse (Anya Taylor-Joy), que vive en la Inglaterra georgiana, se ocupa de emparejar, unas veces más acertadamente que otras, a sus amigos y familiares. Sin duda alguna las comparaciones de Emma (2020) con filmes como María Antonieta(2006), La favorita (2018) y hasta el universo de Wes Anderson florecen en el imaginario del espectador , pero Autumn de Wilde tiene una voz propia que se imprime en su ópera prima, tal vez gracias a su pasado como fotógrafa, de Wilde regala una experiencia visual; cada plano es una pintura digna de museo de arte, posee un magnifico manejo de la luz y la ubicación de los personajes dentro del cuadro, y todo esto sin perder el rumbo de lo que se está contando. Tanto el diseño de vestuario y de arte están ahí sin llamar la atención de modo abrumador, sino para que la historia se cuente de la mejor manera posible; con coherencia y cohesión. Los personajes secundarios están justamente interpretados, pero es Anya Taylor-Joy quien se lleva todos los reconocimientos, porque resulta ser una Emma sumamente encantadora. "Emma es la historia de una búsqueda. De cierta superficialidad que supo distinguir a una época, y de lo que ocurre cuando maduramos. Adaptación fiel y para nada pretenciosa que cautivara a un público variado."
“Ema” de Pablo Larraín. Crítica. Al ritmo del reggaeton. Presentada en el Festival de Venecia, la nueva película del director chileno, realizador de “No”, “El Club” y “Neruda” ya se encuentra disponible en plataformas VoD. Ema (Mariana DiGirolamo) es una joven bailarina de reggaeton que decide separarse de su pareja, Gastón (Gael García Bernal), luego de abandonar a Polo, su hijo adoptivo. El pequeño de solo 7 años roció con alcohol a su tía en la cara y luego la prendió fuego. La gravedad del incidente hace que la pareja se deshaga del niño. Pero Ema no puede con su culpa, extraña al niño y junto a un grupo de compañeras de baile llevará adelante un plan para recuperarlo. Antes de seguir escribiendo, quiero aclarar que no me gusta el reggaeton, quizás sea un prejuicio sobre la raíz de sus letras y cierto contenido misógino. Es algo similar a lo que le ocurre a Gastón, pareja de Ema y líder del cuerpo de baile al que ella pertenece. La mirada que muchos tenemos sobre el ritmo latino se ve resumida en las palabras de él, en medio de una discusión con Ema, el reaggaeton es “una cultura de la violencia, donde las mujeres se convierten el objetos sexuales y el hombre es un puto macho que está todo el tiempo metiéndole el puño en el culo a las mujeres”. Teniendo en cuenta esa mirada elitista, Larrain propone una reivindicación del ritmo, utilizándolo como herramienta liberadora de los cuerpos. Ema es la abanderada de esa liberación, con ese fuego que lleva adentro y hace erupción por las noches, cuando sale con un lanzallamas a quemar objetos. Pero no cualquiera; semáforos (símbolo del orden establecido), calesitas y hamacas (símbolos de la niñez perdida) y autos (Símbolo del materialismo) son víctimas de su fuego. Pero no solo es el lanzallama su arma de liberación, también existe su cuerpo: para enfrentar a lo institucional representado en la abogada, a quien seduce con una intención manifiesta, llevándola a explorar terrenos del goce y el placer que no conocía. Y también la voz, para seducir a la directora de la escuela donde se presenta a trabajar, con su discurso sobre la libertad de los cuerpos y las formas de expresarse, sobre lo positivo de rebelarse contra el autoritarismo, aunque la docente deba aclarar que, por su posición dentro de la escuela, debe imponer disciplina con los estudiantes. Pero también hay otro fuego interno dentro de Ema, que va más allá del deseo de recuperar a Polo, es el deseo del hijo propio. Ese que no le pudo dar Gastón por su infertilidad, lo que los llevó a optar por la adopción. Cuando Ema encuentra quien pueda satisfacer ese deseo, Larraín explora los bajos instintos con metáforas que rozan lo vulgar, como un seductor bombero cargando una potente manguera junto a Ema, seguido con una escena sexual entre ambos, emulando a la escena del acto sexual entre los caballos en “Fiebre” de Armando Bo. La belleza de Valparaiso es el telón de fondo perfecto para cada plano en exteriores. La nocturnidad de la ciudad se conjugan con las luces encendidas y los colores vivos, que hacen tono con el fuego que irradia Ema y que va esparciendo por la ciudad, con sus bailes y con su lanzallama. Pero todo lo que sucede en la película tiene un fin, y al momento que el plan de Ema se lleve a cabo, la realidad de todos habrá cambiado, todos se habrán sacado los prejuicios de encima, salir de la normativa social y alcanzar algo distinto. En “Ema”, Larraín reinvindica el reggaeton, lo saca del prejuicio elitista, nos deleita con un trabajo visual y sensorial impecable, con el género musical como herramienta narrativa útil para contar una explosiva historia de liberación. Puntaje: 90/100.
No es posible desacreditar la atenta maestría audiovisual de Emma (2020), reciente adaptación del clásico de Jane Austen. Sin embargo, la mirada pícara de Anya Taylor-Joy interpretando al personaje homónimo resulta muy incrédula para convencernos de que el amor de George Knightley (Johnny Flynn) pasa desapercibido. Hablar de sus grandes ojos de pupilas negras parecería un descuido menor de casting. Pero el detalle se reitera por los tantos primeros planos donde su mirada delata suma atención a su entorno. Además, el inicio de la obra es una breve oración que describe el carácter de Emma. Esto abre la posibilidad de intuir que la mirada de Taylor-Joy en la siguiente toma no basta para sentir lo descrito en palabras. Por lo menos tal decisión tipográfica no se repite de nuevo, sino para marcar las estaciones del año. Sin embargo la distracción ya está instalada en nosotros. De ese detalle se deslinda una pregunta más urgente: para qué revisitar en pleno siglo XXI esta obra desde un acercamiento de la época georgiana similar a otras adaptaciones. Ahora las relaciones humanas apelan cada vez más a la inmediatez virtual y ya en 1995 la historia fue adaptada a una secundaria privada en Beverly Hills para Clueless de Amy Heckerling, y un año después a los propios códigos temporales de la novela bajo la dirección de Douglas McGrath. Hoy en tiempos donde la galantería debe dialogar con el perreo y las aplicaciones de ligue, la reciente adaptación halla un gancho: la desnudez física y también emocional del protagonista masculino. Esto que algunos catalogarían con sorna como eye candy es aprovechado acá para efectos de historias usualmente conocidas como costume dramas. Al mostrarnos en los primeros minutos cómo el protagonista es vestido por sus sirvientes desde la entera desnudez y en un plano general del interior de los lujos hogareños, se nos está tentando a intuir cómo serán desvestidos estos protagonistas aunque no de forma literal. Este tipo de detalles visuales brindan una picardía que la adaptación homónima de 1996 de McGrath no tiene. En ella, la inocencia en los enredos amorosos no trasladaban dicho jugueteo presente en la escritura de Austen. Solo las actuaciones de Gwyneth Paltrow y Toni Collette junto con la música de Rachel Portman ilustraban cada tanto sus intereses sentimentales con cierta travesura. En la versión dirigida por Autumn de Wilde, el humor está acentuado en tantos niveles que por lo menos la obra lo matiza con la calidez en la actuación de Johnny Flynn. En ese sentido, hay varios elementos llamativos con los que ambas películas, ubicables en la plataforma Popcorn Time, contrastan. Por ejemplo, esta vez el padre de Emma (Bill Nighy) tiene menos diálogos pero su gestualidad es un comic relief. Quienes han visto otras películas con el actor, pillarán el humor usual de su trabajo. Por su parte, Denys Hawthorne pasa desapercibido como un padre más complaciente. En cuanto a los colores, ambas tienden a las tonalidades pasteles pero la predominancia de los rojos, verdes y amarillos en la de los noventa distrae la atención de los matices más sutiles. El personaje de Miss Bates adquiere más importancia en la nueva adaptación donde la interpreta Miranda Hart de manera puntillosa, si bien ambas mantienen la escena del altercado en un picnic donde se evidencia la crueldad de Emma con respecto a ella. En la más reciente, la fotografía de Christopher Blauvelt (el mismo DF de Dunkirk) invita a una mayor atención visual a los fondos que contextualizan a los personajes. Muchas líneas horizontales atraviesan los rostros o los enmarcan, recurso que ya utilizaron por ejemplo Ang Lee y Emma Thompson en su adaptación de Sentido y sensibilidad, también de 1995. McGrath, en cambio, hace a su protagonista menos atravesada por sus circunstancias e incluso enmarca a Gwyneth en un triángulo formado por el piano que ella toca ante a los invitados de una reunión, como si Emma representara una tríada entre sus talentos, emociones e intereses amorosos Finalmente, si bien el riesgo de McGrath en retratar la diferencia de clases termina siendo anticuado cuando unos pordioseros atacan a unas asustadizas Emma y Harriet, por lo menos lo incluye. En la nueva versión, la guionista Eleanor Catton solo lo menciona en diálogos y esto le quita riesgo a un pasaje que la misma Austen incluía en su obra. Tal omisión le impide hacer un hallazgo para poner en perspectiva al menos indirecta con esta actualidad todavía plena en desigualdades sociales.