LOS SILENCIOS DICEN MÁS QUE LAS PALABRAS
Juan Pablo Martínez, quien cuenta con una trayectoria bastante ecléctica y muchas veces cercana a la comedia, cambia de rumbo y se adentra en la reflexión de la soledad humana en Emma, su nuevo film.
Los personajes: una inmigrante polaca y un minero de Río Turbio. Nada los une, sólo el desamor y el desencanto por la vida. Ambos parecen vagar por esa inmensidad de la Patagonia argentina, para encontrarse sólo por el rato en el que intentan escapar de lo que suponemos un pasado sombrío y triste. Los personajes nunca evocan su historia, no comparten sus pasados, simplemente pasan el tiempo en compañía uno del otro, pero eso sí, sin mediar palabra. La película, cargada de ruido ambiente, con escasa música diegética y aún menos diálogos, logra establecer de forma clara los vínculos entre los personajes, sus estados de ánimo y su impronta personal.
En contraposición al escaso peso de la banda sonora, se destacan las bellas imágenes de los paisajes patagónicos, así como también el rol de la cámara, que toma una impronta de gran envergadura, ya que es la que nos permite construir a los personajes. El tratamiento del color es delicado, teniendo las escenas patagónicas una tonalidad más azulada, remitiendo al frío y a la soledad de esa zona, y las escenas por fuera de ellas, una tonalidad más cálida. Lo mismo sucede en las escenas sexuales (única actividad que une a dichos personajes), donde una coloración roja juega con la pasión impersonal que estos sujetos se demuestran. Se pondera también el uso de la cámara en mano, lo que acentúa aún más el rol imperante de este aparato, siendo que el mismo se establece como el mediador de la relación entre esta pareja y los espectadores. Las actuaciones son atinadas, mostrando la habilidad de ambos intérpretes en el uso del cuerpo, con movimientos aletargados y sin emoción, y de las miradas, llenas de dolor y soledad acumulada.
Emma se presenta como una poesía visual, de dos seres que se encuentran huyendo de sus propios problemas, más allá de que la historia en sí, que se nos presenta más cerrada que abierta, ya que los agujeros en blanco de la historia de cada personaje sólo son insinuados pero nunca explicitados por la película. Este tipo de historia es habitual en el cine local, pero funciona. Con pocos personajes, palabras y locaciones, el film sabe construir un relato consistente, donde las imágenes son las encargadas de narrar, y los silencios, de abrirle el juego al espectador a completar la trama.