Coproducida por Meridional (España), Oeste Films y Patagonik, llega a nuestras salas locales una road movie de identidad tanguera, en donde tres artistas se reúnen en Argentina, décadas después que uno de ellos se marchara para triunfar en tierras ibéricas. Dirigida por Marina Seresesky, quien ha desarrollado su carrera mayormente en España, este film pendula entre el drama y la comedia, ofreciéndonos un revelador viaje con paradas inesperadas. Un secreto a voces podría alterar por siempre el futuro de este extraño triángulo amoroso.
La funesta excusa que utiliza como disparador inicial no acaba de cuajar del todo. Circunstancias impensadas de la vida los llevarán a través de un disparatado itinerario, con destino en Mendoza. Premiada en el último Festival de Cine de Málaga, “Empieza el Baile” pretende imponerse como una entrañable aventura otoñal. Lo consigue de a ratos, sobre todo en su primera media hora de metraje, apoyándose en su excelente talento actoral. Jorge Marrale, Darío Grandinetti y Mercedes Morán son tres estupendos intérpretes que conforman un elenco de lujo, aunque presos de una serie de decisiones narrativas (que no es conveniente adelantar) que acabarán desfavoreciéndolos y desdibujándolos.
De reconocibles postales porteñas a la patria federal y rural, “Empieza el Baile” traza un contorno geográfico en donde se desarrollarán reproches, disputas, discusiones y confesiones varias. Con intermitencias, modela un relato que se hace de baches y curvas narrativas propios de la interacción entre personajes que por conocerse demasiado saben bien cuando y cuando no pelear. Y, en adición, donde el paisaje funge como elemento descriptivo: lo que cambia en el afuera imita a las emociones que se transforman en el interior. No obstante, con desacierto, quien mucho abarca poco aprieta. Lo sinuoso del tejido vincular que une a tres personajes divertidos, coloridos y emotivos, será revestido por idéntica dosis de cabronada, ternura…y sabor a insuficiencia. De a ratos, busca hacer del humor negro su aliado, pero tropieza. Amaga con cierto paneo observacional acerca de realidades contrastantes con el Viejo Continente, pero se estanca en lo previsible.
Proveyendo una mirada puesta en el pasado y otra en el presente, Seresesky abre múltiples subtramas, sin adentrarse en consolidar ninguna de ellas. Con buen tacto, sondea en el universo tanguero y su iconografía, con el afán de alterar ciertos estereotipos machistas y conservadores. Con menos tino, apenas roza la superficie a la hora de indagar en la paternidad y las crepitantes cenizas de un viejo amor. Contribuyendo en favor de cierta lograda atmósfera, la notable banda Escalandrum -liderada por Pipi Piazolla-, es responsable de la omnipresente banda sonora del film. El guiño emotivo no se hará esperar: también suenan reconocibles melodías del inolvidable Astor. No será el único guiño utilizado, echando mano a la permanente autorreferencia sobre glorias añejas de nuestro espectáculo.