Cuando Carlos regresa a Argentina, nada le haría pensar que se embarcaría en tal vez el viaje más transformador e iniciático de su vida, acompañado por dos entrañables amigos, Margarita y Pichuquito, quienes, además, le devolverán las ganas de seguir peleando por sus sueños.
“Empieza el baile”, nueva película de Mariana Seresesky, propone una aventura de esas que cambiarán al espectador a la hora de verla. Acostumbrados a que las “good feeling movies” siempre estén habladas en otros idiomas, esta coproducción permite no sólo recuperar esa agradable sensación a la hora de conectarse por completo con un relato, sino que, principalmente, nos permite viajar por Argentina de la mano de un trío protagónico de lujo.
Darío Grandinetti es Carlos, un bailarín de tango que hace años vive en España, y que decidió cambiar de rumbo al entender que el tiempo pasa. Cuando Pichuquito (Jorge Marrale) lo llama para comunicarle el fallecimiento de Margarita (Mercedes Morán), su eterna compañera de pistas, sin dudarlo vuelve al país para darle esa esperada y sentida despedida a su partner.
Pero claro, esto es cine, y un giro inesperado del destino, bah, en realidad, una “mentirita piadosa”, volverá a reunir a Carlos y Margarita de una manera completamente inesperada para el primero.
“Empieza el baile” se inscribe en una línea dramática reconocible, que, sumado al talento de los protagonistas, terminará por construir una historia entrañable sobre la amistad, pero también sobre el amor y mucho de eso de “donde hubo fuego…”.
Seresesky potencia cada escena con un guion lúdico que además revisa el adn argento en cuanto a su música, pero también al folclore propio del tango, el lunfardo, y cuestiones adyacentes como el rol de la mujer en un mundo de hombres.
Pero “Empieza el baile” también habla de la confrontación entre universos, ese que de a poco se va opacando, casi en el ocaso, y por otro lado un mundo que tiene que ver con la resistencia, con la idea de mantenerse en un lugar que ya no pertenece, peinando la poca cabellera que queda como disfraz y queriendo callar las verdaderas emociones.
Si bien el trío protagónico brilla, gracias a ese contrapunto continuo y respuestas rápidas para aniquilarse, y luego amarse, la Margarita de Mercedes Morán es increíble, deliciosa, un personaje de esos que uno compra desde el minuto uno.
Seresesky nos regala una lección de amor, de amor por sus raíces, por aquello que dejó atrás y vuelve como película y, paradójicamente, homenajea con sus pies puestos en Europa a una época que ya no le pertenece a nadie, ni siquiera a esa dupla de excelsos bailarines que hoy en día necesitan decirse verdades para poder continuar con su camino.