Qué extraño bochorno y que viaje incómodo es el que emprende el largometraje Empieza el baile. La directora y guionista Marina Seresesky realiza una película que reconstruye con una nostalgia molesta el reencuentro entre tres artistas que se mueven de Buenos Aires a Mendoza para cumplir una postergada misión. Aunque al principio la historia coquetea con la idea de plasmar un costumbrismo rancio y aburrido con una vuelta de tuerca, la verdad es que al final la realizadora está convencida de que esta forma prehistórica de hacer cine todavía tiene algún sentido en alguna parte del mundo. Nacida en Argentina pero radicada en España, hace una película que en la década del treinta hubiera sido una enciclopedia de lugares comunes. En la década del setenta se habría movido como un film menor e irrelevante y aún más viejo y hoy es simplemente un papelón, lisa y llanamente. Un misterio que en todo el proyecto a nadie le haya sonado la alarma de lo que estaban haciendo.
Carlos (Darío Grandinetti) fue un extraordinario bailarín de tango. Hace años se ha retirado y vive en España, con su hija y su esposa. Su gran amigo y bandoneonista, Pichuquito (Jorge Marrale) lo llama para avisarle que ha muerto Margarita (Mercedes Morán), quien fuera la pareja de baile de Carlos. Ambos fueron una leyenda, pero por algún motivo tomaron caminos diferentes. Carlos viajará rápidamente para el funeral.
El primer conflicto del guión es que perdemos quince minutos iniciales en lo más evidente: Margarita no ha muerto, como bien lo muestra el afiche de la película. Cuando Carlos descubre, ya en Buenos Aires, esta verdad, se enoja, pero no tiene mucho tiempo para dicho enojo porque inmediatamente le avisan que existe un hijo de ambos viviendo en Mendoza. Margarita y Pichuquito le piden viajar los tres para conocerlo. Otro cráter del guión es como se explica que Carlos tiene un hijo de Margarita que ella dijo abortar pero finalmente tuvo. Pobres explicaciones se dan, como en casi todo el resto de la trama.
En la misma combi Volkswagen con la que hacían las giras, los tres empezarán el viaje en una road movie que va desde el corazón mismo del cliché, a las cumbres más altas del lugar común y la sensiblería barata. Pasando por sinuosos caminos de humor tan poco efectivos como el resto de las cosas de Empieza el baile.
Para ser justos hay que decir que la película se derrumba poco a poco y que esas primeras escenas iniciales que no nos gustan son mejores que las siguientes, quizás si se la proyecta al revés, la película sale ganando. De Darío Grandinetti no se puede esperar ya nada y Mercedes Morán varía según la película, aunque esta queda entre las malas, claro. Jorge Marrale arranca mejor, coqueteando con el costumbrismo de forma tal que resulta gracioso, pero ese efecto se apaga poco a poco.
Hay dos o tres vueltas de tuerca en este largometraje que impiden que cualquier espectador se la pueda tomar en serio. Es insólito lo que ocurre en dos o tres desviaciones de ese camino. Los baches mencionados aumentan, pero nos dejan dos o tres para el final. Ni el más distraído de los realizadores hubiera filmado a la Argentina así, pero tampoco el más perezoso de los guionistas hubiera creído que este guión podía filmarse. Si no dijera 2023 como fecha de estreno, nadie hubiera adivinado que es un cine que se hace hoy. Coproducción entre España y Argentina, responsabilidad compartida.