Historia profundamente dramática, reflejo de una realidad ineludible
La vida es una tómbola. Dios le da pan a quien no tiene dientes. Se podrían escribir un montón de estas expresiones para encuadrar el tema que trata éste largometraje francés, porque es un asunto delicado y sensible dónde lo inhumano y humano se dan la mano para converger en un punto común: las mujeres que tienen hijos y no los quieren, y las que no pueden tenerlos y los desean.
Jeanne Herry cuenta una historia, de las tantas que puede haber en ese país europeo, desde las entrañas del sistema burocrático social para adoptar personas, el Consejo de Familia. Allí trabajan asesorando y acompañando a las personas que dan en adopción y a las que quieren adoptar, asistentes sociales, psicólogos, sociólogos, etc. para que el trámite sea lo más humano, cálido. y afectuoso posible.
Dentro de un elenco coral, en que cada personaje cumple con su tarea para que el relato sea creíble y lo más cercano a la realidad, se destaca una mujer con una gran necesidad de adoptar. Su intención data de hace muchos años, y el camino recorrido estuvo siempre lleno de espinas. Alice (Élodie Bouchez) tiene una paciencia enorme, enfrenta cada entrevista estoicamente a la espera de poder cumplir con todos los requisitos.
Paralelamente hay una joven que da a luz a un bebé, pero no tiene intenciones de quedárselo. Es en estos casos que interviene el Estado para ayudar a un menor desamparado a encontrarle una familia. Karine (Sandrina Kiberlain) es una coordinadora, y Jean (Gilles Lellouche) vive con su mujer e hija en una campiña y trabaja recibiendo chicos de todas las edades en su casa de acogida hasta que le encuentran un hogar definitivo.
La película es profundamente dramática. El ritmo no podría ser otro que lento, pero contundente. Cada escena tiene su espesor y una atmósfera única en el que contrastan la seriedad y frialdad en el trato de los trabajadores estatales, con la esperanza, emoción, ternura, frustración, ira y, porque no también, alguna lágrima de los que asían ser padres con toda el alma.
Los diálogos y el sonido ambiente es lo único que se escucha. No está musicalizada y no la necesita. Las imágenes son contundentes para traspasar la pantalla y sensibilizarnos sin un apoyo extra.
La narración no abre juicios de valor sobre la determinación tomada por la joven madre, ni nadie pretende convencerla para que modifique su decisión, simplemente intenta reflejar una historia lo más cercana a la ineludible realidad.