En principio, parecería que Pupille (2018) trata sobre el proceso de maternidad desde el punto de vista de la adopción. Efectivamente, vivimos la experiencia del parto del hijo no deseado por Clara (Leïla Muse) hasta las primeras horas del bebé en casa de Alice (Élodie Bouchez), su madre adoptiva. Pero verlo así está dejando a un lado las discapacidades y las incapacidades latentes en la historia. Si se permite esta odiosa cacofonía, es porque son dos palabras difíciles que a las sociedades le han costado siglos convivir con ellas y de las que la obra de Jeanne Herry no rehúye.
Partamos porque la maternidad es “la experiencia que le comporta mayor compromiso a un ser humano desde el hecho de dar vida para criarla”*. Esto está precisado durante varias escenas de la película con una cámara en mano levemente vacilante. Aún así, su nobjetivo es claro: en medio de las complejidades se busca un vínculo firme desde la mirada, el respeto y la emoción entre los individuos. Todos los que acompañan a Théo hasta que halle un hogar definitivo se muestran respetuosos sobre todo y en principio frente a él. Llama la atención el poder que le confieren a la palabra a partir de la aclaratoria de que el bebé evidentemente no entenderá el discurso, mas sí la emoción que le brinde cada acompañante. La maternidad entonces no consiste en una madre nada más, sino en diversos factores humanos y emocionales. De todas maneras, Jeanne Herry y Sofian El Fani retratan delicadamente ese primer encuentro entre Clara y la representante legal (Clotilde Mollet), quien velará por Théo hasta que se le consiga una madre adoptiva. Un diálogo de primeros planos y contraplanos entre ellas nos muestran el compromiso de la mirada sostenida y en complicidad co ambas mujeres.
En este diálogo además queda evidenciada la incapacidad que ya venía asomándose en el parto. Para efectos de este texto, entendámosla entonces como una situación en la que una persona reconoce voluntariamente su imposibilidad para hacer algo por ciertos motivos*. Ya de por sí nos extraña que Clara se resista a dar su nombre cuando llega a la clínica e, incluso, a la obstetra y enfermeras que atenderán el parto. Además se niega a cargar el bebé recién nacido y a darle pecho. La directora y guionista de la obra tensa con delicadeza una confianza apenas aparente con la representante (un suspiro antes de abrir la puerta de la habitación evidencia que el riesgo no es sólo para Clara), pero tampoco quiere juzgar a la madre primeriza. Es llamativa además la decisión de elidir lo más importante del último encuentro entre bebé y madre: apenas vemos cuando Clara entra a despedirse y a Théo le da hipo, mas no vemos qué le dice ella. Una elisión posterior vinculada con Alice, casi al final, nos permitirá sentir que en la película se están respetando las intimidades más profundas en pos de una maternidad afianzada en no decirnos todo a los espectadores.
La discapacidad, por su parte, está presentada por el lado de la madre adoptiva y del bebé. Nos vamos enterando por flashbacks (del más lejano en el tiempo hace ocho años al más reciente hace un año) de que Alice no es fértil. Y por algún comentario de los especialistas, sabemos que Théo presenta un leve soplo en el corazón, lo que le obliga a ser incluido dentro de la categoría de las discapacidades. Necesitamos tener presente estas como “condiciones que pueden presentar las personas por una circunstancia determinada y por una serie de aspectos a ser atendidos con ciertas herramientas para posibilitar la respuesta a tales exigencias”*. Ahora, ¿por qué importa esta distinción con respecto a la incapacidad? Como evidenciará la película al final, el guion de Herry nos va a permitir una resolución a los personajes que se sientan discapacitados. Esa solución va desde lo social (todos los involucrados en el proceso cuidan de Théo y se preocupan porque cada paso sea respetado) hasta lo personal (el proceso de Alice es el que vivimos más de cerca) sin dejar de lado la emoción (podría ejemplificarse en Théo, pero hay varios procesos en marcha). Y por su parte, la incapacidad es respetada con la decisión de no volver más a la historia de Clara.
Urge siquiera mencionar el trabajo del elenco porque los actores están ensamblados en medio de miradas atentísimas a esta búsqueda vital. Y es efectivamente a través de ellas que se apela a contener al bebé, a que se vincule con su nueva madre y a que cada gesto sea rescatado como un resguardo a su salud. Alguien podría pensar que el progreso de Théo es sospechosamente orgánico. El detalle está en que su proceso lo acompañan otros que le brindan espesor a la película. Ello nos permite, ya no ver nada más, también vivir las implicaciones de un parto así sea a través de terceros. El casting es tan meticuloso que incluso la sonrisa de Bouchez cautiva, pero su dentadura está lejos de ser perfecta. Este detalle habla de que ni siquiera la perfección tiene cabida en esta obra y tampoco es su búsqueda. Finalmente, que además se logre calibrar brevísimas dosis de humor y asomar el drama sin resaltarlo con indignaciones ni obviedades le brinda más fuerza a la escena final donde Alice y Théo descansan juntos y sus rostros se complementan.