"El Consejo de Familia tomó la decisión de confiarles un hijo en adopción”, le dice una mujer a una pareja que hace años espera la llegada de un hijo. Así arranca En buenas manos, que a lo largo de casi dos horas registra tanto el complejo, extenso y muchas veces burocrático proceso de adopción como las consecuencias emocionales en los distintos implicados.
La película está narrada a través de largos flashback que muestran el rol de cada uno de uno de los engranajes del sistema durante los últimos ocho años: las complicaciones del asistente familiar Jean (Gilles Lellouche), que alberga temporariamente a chicos mientras esperan un hogar definitivo; o la asistenta social Mathilde (Clotilde Mollet), cuya misión es contener y explicar las implicancias de la adopción a la madre biológica en los momentos posteriores al parto de Théo, el bebé que ella no siente capacitada para criar. También está Karine (Sandrine Kiberlain), la funcionaria encargada de buscarle un lugar temporario a Théo hasta que se concrete la adaptación. El relato coral se completa con los miembros de la Dirección de la Infancia, cuya tarea es encontrar padres que cumplan con el perfil, y una mujer soltera que, a sus 41 años, está dispuesta a todo con tal de ser madre.
En buenas manos es una película cuyas buenas intenciones son indudables. La acción podría dividirse en dos. Por un lado, el registro de la dinámica institucional de la Dirección de la Infancia, con sus reuniones, debates y charlas entre sus integrantes y con padres. La aproximación respetuosa a esos momentos en los que se mezclan la burocracia y los siempre delicados sentimientos de quienes esperan es uno de los méritos principales del film.
Distinto es el caso de la subtrama que sigue la vida personal de algunos de esos protagonistas, en especial la de Karine y Jean, a quienes el realizador les depara un vínculo que trasciende lo profesional. En buenas manos es, entonces, un film emotivo y genuino, aunque disperso y con algunas situaciones forzadas que resienten el resultado final.