El pupilo del título es un niño a cargo del Estado francés, que comienza su vida en la sala de partos de un hospital para luego iniciar un complejo camino hasta su adopción. La directora Jeanne Herry retrata con paciente minuciosidad cada instancia de ese proceso, desde el nacimiento y la relación con la mujer que lo dio a luz, hasta las distintas manos que lo cargan en el vínculo con la asistencia social, la guarda y las complejas decisiones que encierra su futuro.
Todo ello, que siempre fue concebido desde la legalidad y la burocracia, es humanizado por la mirada de Herry sin sacrificar sus aristas más incómodas y sus inevitables contradicciones. Los hombres y las mujeres que forman parte de la vida de Théo confluyen en un retrato que asume los sentimientos que se ponen en juego, los interrogantes que asaltan a los involucrados en la salud y el bienestar del bebé, los miedos de una maternidad elegida que no por ello resulta menos desafiante.
En la elección de la coralidad y el equilibrio de las historias que se cruzan, Herry encuentra el lugar exacto para cada uno de sus personajes -notables los trabajos de Gilles Lellouche, Élodie Bouchez y Sandrine Kiberlain como los pilares de un elenco sin fisuras- , nutridos por las palabras con las que construyen su vínculo con Théo, decisivas en esa etapa crucial de su vida. La película nunca cede a la tentación de un giro inesperado, sino que se afirma en la convicción de observar con amor los primeros pasos de una vida que comienza.