Un secuestro
En defensa propia es la nueva película de acción de Bruce Willis, sin pretensiones ni tampoco demasiados resultados positivos.
El mejor momento de En defensa propia llega en una escena de la segunda mitad en la que el secuestrador bueno (Gethin Anthony, Renly Baratheon en Game of Thrones) le da un par de lecciones al niño que tiene secuestrado (el debutante Ty Shelton) sobre cómo lidiar con los bullies. No es que sea demasiado: la película es tan floja en su trama policial, en sus vueltas de tuerca de suspenso y en sus escenas de thriller, que ese momento intimista brilla y se destaca aún estando lejos de otros exponentes de ese subgénero como por ejemplo la extraordinaria Un mundo perfecto, de Clint Eastwood. Pero la comparación es un poco injusta, porque la película de Steven C. Miller no tiene más pretensiones que las de ser un pasatiempo clase B.
Will Beamon (Hayden Christensen) es un financista que decide llevar a su pequeño hijo Danny (Shelton) a cazar al bosque en el que cazaba en su infancia para “endurecerlo” y que aprenda a defenderse de los bullies que lo acosan en el colegio. Pero en medio del bosque, los dos son testigos de un conflicto entre dos delincuentes que termina con uno de ellos muertos y el otro herido. Después de algunas vueltas morosas y no del todo verosímiles, el delincuente herido secuestra a Danny. Will entonces tiene que recuperar la llave de una caja fuerte que contiene un botín, para poder recuperar a su hijo; y el Jefe de Policía Marvin Howell (Bruce Willis), le complicará el plan.
Esta es la tercera colaboración entre Miller y Willis, que venían de hacer Extraction (no estrenada en Argentina) y El gran golpe; una dupla que está lejos del atractivo de otras del estilo como Tom Cruise-Doug Liman o Liam Neeson-Jaume Collet-Serra, por nombrar dos contemporáneas que dieron grandes películas de acción que sin ser obras maestras ni pretender innovar demasiado en el lenguaje, funcionan con ingenio e ideas.
No sucede nada de esto en En defensa propia, porque el flojísimo guión de Nick Gordon se pierde en una trama compleja y previsible a la vez, la peor combinación posible. Para que se den una idea, el secuestro de Danny llega recién a los 40 minutos de película, luego de una bastante buena persecución en el bosque. Todo lo anterior es una especie de prólogo tedioso y demasiado extenso, y lo que viene después, una resolución que todos los que vimos alguna película de secuestro en la que el secuestrador tiene buenas intenciones, sabemos por dónde va a ir. En el medio, esa persecución en el bosque, un trabajo a reglamento de Bruce Willis, un Hayden Christensen que nunca se recuperó de su horrible Anakin Skywalker (más allá de la interesante El fabulador, sobre el curioso caso de Stephen Glass) y un pueblo repleto de policías corruptos que debería provocar la incomodidad de hacernos sentir que todos los personajes están en peligro, un poco al estilo de La violencia está en nosotros, pero que es apenas un rejunte de habitantes ni siquiera demasiado excéntricos.
Quizás el más grande personaje de Bruce Willis, y por el que muy probablemente sea recordado, sea el John McClane de Duro de matar. Pero más allá de esa franquicia (la última de la serie se estrenó en 2013 y quizás venga alguna más en el futuro), Willis brilla en otra clase de películas: Tiempos violentos, Sexto sentido, las dos Sin City, Doce monos y dos que vienen: la remake de El vengador anónimo dirigida por Eli Roth, y Glass, la secuela de El protegido, de M. Night Shyamalan.
Con tremenda filmografía, resulta al menos curiosa su participación en películas como En defensa propia (u otra estrenada este año, Secuestro en Venice), todas mediocres, sin pretensiones ni demasiados resultados.