El último filme de Bruce Willis propone balas perdidas en el bosque. Sorprende la actuación del pequeño Ty Shelton y lo avejentado que luce Willis.
Es probable que Bruce Willis entre al libro guinness de los récords como el actor que más veces ha interpretado a un policía. Verlo con un uniforme pidiendo refuerzos por walkie talkie mientras apunta con un arma ya es icónico, sería la mejor pose para eternizarlo en un monumento. Esta vez comparte cartelera con Hayden Christensen, a quien todos asociarán de inmediato con Anakin Skyawalker.
El thriller tiene un curioso punto de partida, al menos desde lo climático: el hijo de Will (Hayden) sufre bullying, así que su padre tiene la ocurrencia de llevarlo a cazar para que “se haga hombre”. Los primeros veinte minutos poseen un tono costumbrista, por momentos parco. El director, Steven C. Miller, construye la relación padre-hijo de manera sentida, sobria, no hay escenas absurdas con lecciones de vida, ni líneas de diálogo que quieran subrayar algún tipo de paternidad ausente y culpable. Aquí acompañamos a un padre que desea pasar tiempo con su hijo y transmitirle confianza. La honestidad de estos primeros minutos también le debe mucho al pequeño Ty Shelton, el actor que interpreta al hijo. Ty Shelton es, sin dudas, lo mejor de la película, toda una revelación considerando que es éste su primer papel en el cine.
Pero la trauma deberá complicarse para que Bruce Willis se ponga en acción, y en estos paseos por el bosque en busca de un alce, padre e hijo testimoniarán un fusilamiento mafioso. A partir de allí, el filme de Steven C. Miller se adentra decidido en el género thriller, con una vuelta de tuerca tras otra, personajes que no son lo que aparentan, secuestros, extorsiones, botines ocultos y un padre que romperá cualquier límite con tal de proteger a su hijo.
Si algo salva a En defensa propia de hundirse en un mar de insipidez, es cierto relativismo moral que el director activa desde la óptica del niño. Por detrás de un thriller menor y a veces absurdo, hay un filme de maduración agridulce, un paso de la niñez a la adultez en medio de persecuciones y tiros que se incrustan en los árboles. Las mejores escenas estarán a cargo del joven Ty Shelton junto a uno de los “malos”, con diálogos ingeniosos, inclusive tiernos, filmados con la cantidad exacta de planos.
De todos modos, esto es apenas una parcela óptima dentro de un conjunto deficiente. La película abusa de los giros inesperados y desmantela cualquier lógica de guión. A uno le queda la sensación de que es un filme hecho por encargo, sin grandes pretensiones, perfecto para distraerse en un colectivo de larga distancia.