Thriller con volteretas
La película sigue los cánones del género, con Bruce Willis y Hayden Christiansen en lucha desigual.
La carita de Bruce Willis, ese gesto tan característico como de oler caca casi que no lo abandona en En defensa propia.
Y en parte es porque el policía Howell no siempre le cree a un padre la historia del secuestro de su pequeño hijo. Que el padre sea Hayden Christensen, el joven Anakin Skywalker de Star Wars, no hace más que llevar a pensar o recordar cómo la carrera del actor pudo tener un vuelco, antes de volcar.
Pero yendo a la trama de En defensa propia, Christensen es un broker de Wall Street que regresa al pueblito de su infancia para “ayudar” a salir del bullying a su hijito y le enseña, ejem, a disparar con un rifle. Y se ve sin querer -obvio- en medio de una investigación del robo de un banco, tratando de evadir al policía a cargo (Willis) y, como hizo algo que, tal vez, no debía hacer (no lo spoilearemos) se ve forzado a recuperar ese dinero para recobrar a su hijito con vida.
Steven C. Miller ya había dirigido al astro de Duro de matar en El gran golpe, estrenada en mayo de este año, y es últimamente bastante prolífico (cuatro películas en dos años, ni Enrique Carreras lo hacía). Lo cual no habla ni bien, ni mal. Tal vez, el ejercicio del thriller metódico lo ayude. Probablemente en el futuro.
En defensa propia no escapa de los cánones del thriller, con alguna voltereta en la trama y un final que se desmorona. No por entera culpa de Willis (62), aunque su carita malolienta ya no le sienta como en sus mejores épocas.