Estoy seguro de que no soy el mejor latino. No me malinterpreten, amo la comida pero soy muy mal bailarín. Creo en el trabajo duro pero no soy muy familiero. Le abro la puerta de mi casa a quien sea pero no soy muy religioso. Adoro la playa pero no escucho salsa, ni la se diferencia con el merengue, lo cual entiendo es prácticamente un pecado. Definitivamente en mi vida siempre he sentido que estoy al punto del nocaut, pero sigo aquí, con mucha paciencia y fe. Además, hoy soy un inmigrante. Claramente soy latino; caribeño; venezolano. Practique o no mis tradiciones, son exactamente eso, mis tracciones, mi cultura. Tras cuatro largos años lejos de mi tierra me he sentido un poco desconectado hacia la cotidianidad latina. Sin embargo, viendo In The Heights, recibí un cálido abrazo. Durante dos horas revisité mi infancia. Recordé la carne mechada de mi abuela, los viajes exprés hacia la playa y el afán de mis tías a sacarme a bailar. Como lo extraño. Seguramente por eso he visto ya dos veces esta película basada en el musical de Lin-Manuel Miranda, y probablemente la vea varias veces más. Cuando decimos que el cine es increíble es porque es realmente increíble. A pesar de que “En el barrio” está lejos de ser un film perfecto, en un año tan raro y amargo, me encontré con una película que me recuerda de donde vengo y quién soy.
In The Heights va sobre un pequeño barrio al norte de Manhattan llamado Washington Heights, un lugar que concentra a muchos latinos, pero en especial a puertorriqueños y dominicanos. En él conseguiremos distintas visiones y personajes represententativos de la vivencia del inmigrante. Tenemos a la Abuela Claudia (Olga Merediz) madre del barrio y cara del masivo arribo de los latinos a Estados Unidos. A Kevin Rosario (Jimmy Smits) como la imagen del trabajador que con su arduo trabajo pudo hacer su propio negocio. Su hija, Nina (Leslie Grace) quién carga con el peso de ser, sin querer, señalada como la elegida a triunfar fuera del barrio, entre otros personaje. Incluso el personaje de Marc Anthony tiene una muy pequeña pero importantísima presencia. Pero la película especialmente cuenta la historia de Usnavi interpretado por Anthony Ramos. Es él, el que simboliza la meta de cualquiera de sus vecinos. El sueñito. El deseo de tener una casa digna, disfrutar de la familia, tener los mismos derechos del prójimo, de hacer lo que realmente ama, etc. En definitiva de cumplir sus metas.
En así como durante el film veremos diferentes situaciones y dilemas que cualquier inmigrante se ha hecho. Por ejemplo, el preguntarse realmente si vale la pena tanto esfuerzo solo para sobrevivir. Por más que trabajes duro para otro, o incluso apuestes por ti mismo, la sociedad, el gobierno o lo que fuere, siempre estará ahí para dejarte al borde del jaque. Quizás seas muy inteligente, pero no basta con eso, debes pagar la universidad. O puedes tener las mejores clientas pero el alquiler te va a subir. O peor, puedes ser una gran persona pero no tienes lo papeles pertinentes. Siempre habrá una piedra. Sin embargo, como culturalmente se conoce, a pesar de tener todas en contra el latino responderá con una gran sonrisa. No por algo Venezuela en su momento fue reconocido como el país más feliz del mundo.
Todas estas historias hacen a la película bastante disfrutable para un sector que se ve en la pantalla. Momentos entrelazados y embellecidos con gigantescas coreografías y canciones a las cuales no podrás quedarte quieto. Sin embargo, In The Heights comete el error que se le atribuye a los musicales. Es un perfecto ejemplo para las personas que dicen odiar a este género. La gente no odia a las películas donde un tipo canta de la nada porque sea algo raro e irreal. Lo que no gusta es el exceso de idealización, y eso es esta película. Es como comer tu helado favorito junto a tu gaseosa favorita, más una dona y un churro. Es demasiado. Es todo felicidad y buenos escenarios, cuando ni en la misma comunidad es algo real. Por eso el personaje de Marc Anthony es tan importante, comparado a los soñadores parece ser la única persona que ve la otra cara de la moneda. La película podría haber tenido un desarrollo más interesante si hubiera tocado esos temas también. Por momentos, para el gran público, termina siendo un filme que busca una perfección y empatía que roza con convertirse en una propaganda de corrección política tan querida hoy en día.
Debemos reconocer que la película sí viene de un lugar muy sincero. Luego de ver tantas historias creadas por algoritmos y a la medida del consumo masivo, es fácil ver cuando un filme está hecho con cariño y con un objetivo noble. Lin-Manuel Miranda, creador de este musical, es la viva representación del latino exitoso (él mismo vivió en Washington Heights) y Jon M. Chu (Crazy Rich Asians) con aciertos y errores han logrado un metraje 100% dedicado a la comunidad latina que se puede ver en todo el mundo. Eso más que agradecerse, se valora.