CORRECCIÓN CANTADA Y BAILADA
Las adaptaciones de musicales de Broadway son ya un subgénero molesto dentro del cine, que gozó de cierta consideración en la primera parte de este siglo (Chicago o Los miserables, por poner dos ejemplos de películas malas celebradas), pero que de un tiempo a esta parte ya ha terminado de mostrar su vertiente más ridícula, con esa cima de lo kitsch que fue Cats. En el barrio llega un poco tarde a la moda, pero también es cierto que tiene elementos con los cuales justificar su traspaso a la pantalla grande en este momento: su historia de inmigrantes, de diversidades étnicas, de representación cultural de lo latino, sin dudas que impacta fuertemente en este presente de Hollywood, donde la construcción de una Babel en la que estemos todos integrados, sin que nadie se moleste o se pueda sentir dañado por algo que lo haga sentir marginado (pero siempre con Hollywood a la cabeza y en inglés), parecer ser el objetivo final. En ese contexto importan más los discursos que las formas, y la película de Jon M. Chu, en sus machacones 143 minutos, repite una misma nota hasta el infinito y siguiendo el manual de instrucciones de la corrección política y del discurso demócrata bienpensante (no es muy difícil intuir que En el barrio se pensó para la era Trump, pero se terminó demorando por la pandemia).
En el barrio está basada en un musical de Lin-Manuel Miranda y Quiara Alegria Hudes. La historia está ambientada en Washington Heights, un barrio de Nueva York integrado por una amplia comunidad latina de mexicanos, dominicanos, puertorriqueños entre otros, donde se vive con lo justo y con esfuerzo, pero con el fin de cumplir el sueño de “hacer la américa”. El relato es coral y se abre hacia un grupo de personajes que atraviesan diversas penurias, pero con un sentido de la comunidad y lo grupal que la película refuerza con el registro de encuentros sociales hogareños en los que todos se comportan como una familia. Si hasta incluso tenemos a “abuelita”, una mujer que funciona como protectora de los habitantes del barrio, y que es el clásico personaje secundario en el que se depositan las buenas intenciones de los autores. Hay algo molesto en la película y tiene que ver, precisamente, con la representación: si la película pretende derribar estereotipos, lo hace por medio de la construcción de otros estereotipos, de la exacerbación de lugares comunes y de personajes demasiado unidimensionales, carentes de conflictos. Y nos referimos a conflictos reales, cinematográficos. Todo es tan amable, tan pulcro, tan buena onda en la película, que uno se pregunta por qué los personajes sufren como en una mala telenovela.
Pero En el barrio es un musical y, seguramente, haya que definirlo por esas reglas. Jon M. Chu es un director con experiencia en el género, especialmente con un par de películas de la saga Step-up que, como esta, tienen un contacto con lo urbano que le saca un poco el exceso de brillo a lo Broadway pero no puede dejar de ser todo lo reluciente que puede ser un videoclip de la era post-MTV. Hay aquí una secuencia de apertura que funciona perfectamente, gracias a la enjundia y el vigor de una gran cantidad de bailarines zarandeándose por las calles (hay otra secuencia en una discoteca que también es muy buena), con un espíritu y una energía que, no era muy difícil imaginar, resulta imposible de sostener a lo largo de las dos horas y veintitrés minutos que dura esto. La síntesis, que es uno de los grandes problemas de este tipo de adaptaciones, faltó a la cita, y así En el barrio acumula conflictos, personajes y canciones de manera reiterativa. Es verdad que Lin-Manuel Miranda parece un tipo bastante honesto y su obra no luce como propia de un oportunista, pero es cierto que por momentos este cuentito de inmigrantes que sueñan con regresar a su tierra suena un poquito hipócrita. Porque en el fondo no es tanto la corrección lo que molesta, sino la coherencia con la que se la ponga en escena.