Festín para amantes del musical.
Desde hace unos años las versiones más o menos adultas de cuentos infantiles clásicos se convirtieron en un género potable a nivel taquilla, por lo que no extraña este siguiente paso; una adaptación del musical de Stephen Sondheim y James Lapine "Into the Woods" era algo esperable. Todo un hit de Broadway en 1987, la obra arma una trama pensada para reunir varios de los principales cuentos de los hermanos Grimm de un modo revisionista, que pone el énfasis en la dualidad de los supuestos héroes y villanos del género y soslaya los desenlaces felices típicos de estas historias. Lo hace de un modo un poco obvio propio del musical, dado que, como bien dijo alguna vez Ambrose Bierce, "todo aquello demasiado estúpido para ser dicho, siempre puede ser cantado".
Se entiende que, como sucede casi siempre en estos casos, aquellos espectadores que no comulgan con el musical probablemente no la pasen del todo bien con esta película, aun cuando puedan apreciar los momentos ingeniosos de la trama, algunas buenas actuaciones empezando por la siempre eficaz en todo terreno Meryl Streep- y puedan reconocer el esfuerzo del director Rob Marshall por aprovechar cada ocasión de darle una puesta cinematográfica a algo que de todos modos siempre tendrá escenas excesivamente teatrales.
Pero por supuesto los tics teatrales propios del género son parte de la diversion de los amantes del musical, que no deberían perderse esta película realmente bien filmada, y que ofrece excelentes arreglos para la música, logrando climas dramáticos y misteriosos que potencian brillantemente el concepto de la obra adaptada al cine por el propio Lapine. Lo que no impide que por momentos la mezcla entre Cenicienta, Jack y el gigante y Caperucita resulte un poco forzados. Pero con tanto cuidado por el original, más el talento de la bruja protagónica (Meryl Streep), la madre cruel de Jack que compone Tracy Ullman y el lobo libidinoso a la medida de Johnny Depp, los fans no se van a quejar en absoluto, e incluso los desprevenidos quizá puedan soportar razonablemente ese momento terrible y repetido en el que los personajes interrumpen un diálogo para cantar lo que se les cruza por la cabeza.