Colorín, colorado.
Un gran elenco, encabezado por Meryl Streep, actualiza los cuentos de hadas respetando su esencia.
En el bosque fue originalmente una obra de teatro musical que se estrenó en Broadway en 1987 con una idea inspirada en el clásico libro Psicoanálisis de los cuentos de hadas, de Bruno Bettelheim: mezclar a los personajes de historias como Cenicienta, Jack y las habichuelas mágicas, Caperucita Roja o Rapunzel. Después de un par de intentos fallidos de llevarlo al cine, Rob Marshall -director de películas musicales como Chicago o Nine- lo logró de la mano de los estudios Disney.
La obra del dramaturgo James Lapine y el compositor y letrista Stephen Sondheim (un prócer del musical, con títulos como Amor sin barreras o Sweeney Todd en su currículum) estaba dividida en dos actos. La película, que cuenta con guión y supervisión de los mismos autores, respeta esa estructura original. La división entre actos no es explícita, pero está tan marcada que da como resultado dos películas distintas y desparejas.
La primera parte es la más lograda. Con ritmo y humor, nos retrotrae a la infancia, sumergiéndonos en el onírico país de esos personajes que vivirán por siempre en el inconsciente colectivo. Ese mundo mágico y misterioso está muy bien recreado, tanto a nivel visual como actoral: dentro de un gran elenco, se destacan Emily Blunt y Meryl Streep (¿alguna vez hará algo mal?) como una bruja malvada.
El único obstáculo a sortear para los que no somos amantes de los musicales es el artificio propio del género: siempre es incómodo, al menos al principio, que un personaje diga las cosas cantando. En este caso, la calidad de la música y las letras enseguida hacen que el asunto resulte bastante natural.
Esa primera parte dura una hora y cuarto: si todo terminara ahí, estaríamos hablando de una película redonda, que retoma y actualiza los personajes y la temática de los cuentos de hadas sin alterar su esencia. Pero en la segunda parte, que se prolonga durante largos 45 minutos, hay un intento de bajada de línea que embarra lo anterior. La anécdota que prolonga la historia no tiene sentido, todo se vuelve demasiado hablado -y cantado- y salta a la vista que están intentando dejarnos unas cuantas enseñanzas. Y si hay algo que ningún niño quiere ante un cuento de hadas, es que le recuerde a la escuela.