Disney siempre tuvo fascinación por los cuentos de hadas trasformados en musical. La respuesta inmediata, si uno quisiera hacer el ejercicio de preguntarse ¿por qué?, sería decir que se debe a que están dirigidos a un público infantil. La música, tanto como la trama sencilla, lo hacen un producto más asequible a los niños. Pero, esa respuesta, francamente, es muy poco interesante.
El origen de los cuentos de hadas, como a esta altura es sabido, se remonta a fines del siglo XVIII y principios del XIX, cuando los famosos hermanos Jacob y Wilhelm Grimm, indagaron sobre los relatos orales populares, interés muy amplio y característico de la época. Es importante remarcar la condición de oralidad porque allí aparece el carácter musical de los cuentos (y de hecho Jacob hizo grandes aportes a la filología al analizar los cambios en los sonidos de las lenguas germánicas a lo largo de su historia). El otro factor que se desprende de la oralidad es el hecho de que si bien sus personajes son pertenecientes al pueblo (la clase trabajadora), los Grimm los recopilan de personas de la clase media urbana, entre ellos varios amigos de su propia familia. En ese traspaso, hay un fuerte componente normativo.
Se puede notar, por ejemplo, que en los cuentos de hadas no hay psicología, sus personajes apenas tienen vida interior y sus motivaciones son claras y evidentes. Casi nunca tienen nombre: se los conoce por la ocupación que desempeñan (el panadero, la princesa) y si lo tienen es un nombre genérico como Jack (Juan), como es el caso de Jack y las habichuelas mágicas. La rapidez es una de las características principales del relato, donde todo lo accesorio es dejado de lado: en el cuento de Cenicienta, la muerte de sus padres se cuenta en un párrafo, su infancia desgraciada en otro, porque lo que importa es que se encuentre con el príncipe en el baile, y para eso debe ser ya una joven. Volvemos, entonces a Disney, quien ha sabido capitalizar estos aspectos musicales y narrativos para contar historias infantiles, exaltando de paso el carácter normativo: lo que importa es la familia, la riqueza es un bien a alcanzar, hay que ser bueno con el prójimo.
En el bosque nos presenta a una serie de personajes genéricos propios de los cuentos de hadas, de manera tal que entre ellos forman una suerte de comunidad: los adultos (la bruja, el panadero y su esposa), los jóvenes (Cenicienta, Rapunzel y los dos príncipes), los niños (Jack y Caperucita). La película dirigida por Rob Marshall, quien fuera el responsable del film Chicago, aunque respeta los elementos anteriormente mencionados de los musicales infantiles, no es un producto exclusivo para los chicos. En términos generales, se podría decir que el mensaje está más dirigido a los adultos que a sus hijos.
La película está dividida claramente en dos partes: la primera está centrada en la historia del panadero y su esposa. La bruja les dice que no pueden tener hijos debido a una maldición, y que para revertirla deben conseguirle ciertos objetos (la capa de Caperucita, la vaca de Jack, el pelo de Rapunzel, el zapato de Cenicienta). Mientras buscan estos objetos, se desarrollan las conocidas historias de los cuentos de los hermanos Grimm. Pero cuando parece que todo va a terminar en el “felices para siempre”, las cosas cambian. Las incursiones de Jack (sus robos) en la tierra de los gigantes, trae como consecuencia la destrucción del reino. Es entonces cuando esta pequeña comunidad de adultos, jóvenes y niños es puesta bajo la lupa, y donde el relato se vuelve más crítico.
Los personajes bidimensionales de los cuentos tradicionales empiezan a adquirir una psicología más cercana a los problemas de la clase media contemporánea. Cenicienta no está segura de querer ser princesa, o de que le guste el príncipe; Caperucita es una niña traviesa y un poco manipuladora; Jack es un ladrón en potencia; la bruja no es tan malvada, sino que arrastra problemas del pasado con su madre, al igual que el panadero con su padre. Y su esposa se debate sobre la infidelidad. Es decir, los adultos no tienen todos sus conflictos resueltos y los niños muchas veces deben resolver problemas de adultos (cuidar de una abuela, alimentar a la familia). En este sentido, el film apunta a pensar los límites de la fantasía, y vuelve más realistas a sus personajes (todo lo realista que un musical de Disney le permite). La comunidad debe tomar una decisión, si buscar una solución individualista (echarle la culpa al de al lado, huir) o tratar de resolver de manera colectiva el conflicto.
El film no sólo deja explícito que hay que tener cuidado con lo que se desea, sino que la canción final dice “ten cuidado con los cuentos que cuentas, porque tus hijos escuchan”. En este sentido, se puede hacer una lectura del musical como una alegoría de la crisis mundial: el mundo de fantasía donde todo se solucionaba mágicamente (familia, dinero, comunidad) llegó a su fin. Y aunque esta crítica suponga una pequeña revolución para Disney, hay ciertas cosas que nunca se problematizan: la mujer adúltera es castigada, pero el hombre adúltero se sale con la suya. Hay que salvar al reino del ataque de los gigantes, pero nunca se pone en cuestión el hecho de que se haya invadido su patria, robado sus tesoros y matado a sus ciudadanos…ellos siguen siendo el enemigo en común.
En definitiva, aunque se cambien algunos elementos de los cuentos de hadas (la psicología de los personajes, la rapidez del relato), permanece indeleble la marca de la sociedad capitalista que los relata: lo normativo, la “bajada de línea”, sigue tan presente como a principios del siglo XIX. Y no es casual, entonces, que se elija un musical, que en EEUU siempre tuvo la extraña capacidad de ser al mismo tiempo una crítica y un refugio de fantasía de la realidad.