Perdidos en el bosque
Ya lo he dicho antes pero no viene mal repetirlo: no soy un gran fanático de los musicales. Aún así puedo mencionar por lo menos tres exponentes recientes del género que disfruté en mayor o menor medida: Hairspray, con su alegoría política y su arrolladora protagonista; La era del rock, con su superficie eufórica, que escondía una gran melancolía; y Sweeney Todd: el barbero demoníaco de la calle Fleet, una apuesta a fondo para exhibir los diversos niveles de podredumbre y corrupción en las calles londinenses. Pero claro, la adaptación del musical de Broadway En el bosque ya me obligaba a poner unos cuantos reparos, que nacían del nombre de su director. Me refiero a Rob Marshall, quien entregó un musical lavado y vacío en Chicago -otro film basado en una obra de Broadway-, arruinó una adaptación literaria de gran potencial como Memorias de una geisha, malentendió a Federico Fellini en Nine y condenó a la intrascendencia a la saga de Piratas del Caribe en Navegando aguas misteriosas.
Lo cierto es que la premisa de En el bosque era más que atractiva, porque a partir del relato de una bruja (Meryl Streep) que le ordenaba a un panadero y su esposa (James Corden y Emily Blunt) encontrar una serie de elementos mágicos para así revertir una maldición sobre su familia, que les impide tener hijos, aparecía la promesa de la exploración de las diversas capas que componen a clásicos cuentos de hadas como Caperucita Roja, Rapunzel, Cenicienta y Jack y las habichuelas mágicas. Y lo cierto es que se puede intuir que el musical de Broadway escrito por James Lapine y Stephen Sondheim no le hace asco a nada y se zambulle en las regiones más oscuras de esas historias, que en sus versiones originales -no tanto las deformadas revisiones que llegaron a nuestros ojos y oídos en los siglos siguientes- presentaban sucesos y personajes bastante truculentos, para pensarlas y deformarlas desde la consciencia de la actualidad. De alguna manera, se podía establecer un paralelismo -un poco antojadizo, es cierto- con El último gran héroe, aquel film de John McTiernan protagonizado por Arnold Schwarzenegger que analizaba, deconstruía y reescribía las reglas del género de acción.
Pero claro, eso sería el musical de Broadway -que debe ser una experiencia abrumadora e inolvidable a la vez- y no sucede lo mismo con la película, que es solamente abrumadora. Es que Marshall, como director de cine, es a lo sumo un decente director de teatro. Ojo, que esta afirmación no se confunda con una subestimación del arte teatral; sino simplemente con señalar que el cine y el teatro son dispositivos distintos, cada uno con sus propias reglas espacio-temporales y herramientas para crear verosímiles que interpelen al espectador. Esto Marshall nunca lo entendió y por eso filma como si estuviera en una sala teatral. En consecuencia, En el bosque es una película en la que -en especial en su primera mitad- pareciera que los personajes sólo pueden desempeñar una acción o movimiento, que es cantar. Hay un estatismo alarmante en toda la puesta en escena, que les resta a los personajes la posibilidad de crecer y cobrar entidad, apareciendo y desapareciendo sin que importen realmente sus historias previas o sus motivos a futuro, como si lo único que tuvieran para ofrecer fuera su carácter icónico.
Por suerte, hacia el último tercio del relato hay un giro oscuro y hasta terrorífico en la trama que ni siquiera la impericia de Marshall consigue destruir en su efectividad -aunque el realizador pelea, y mucho, para que todo salga mal-, básicamente porque expone, con inteligencia pero también con amor, la materia misma de esos cuentos que han alimentado nuestras infancias. Allí la narración establece un recorte de situaciones y personajes que permiten focalizar las acciones -dejando de lado la sucesión torpe de hechos a través de un montaje carente de dinamismo-, con lo que ese espacio-tiempo que es el bosque cobra mayor materialidad. De la mano de eso, los personajes adquieren espesor y las letras de las canciones finalmente impactan y conmueven, permitiendo finalmente ver la tesis de la historia, que gira alrededor de la pérdida, las causas y consecuencias de cada decisión que se toma y cómo seguir adelante.
Aún así, En el bosque se revela como un film que podría haber sido mucho mejor si hubiera sido dirigido por un cineasta capaz y conocedor de las herramientas cinematográficas. Si se recuerdan las virtudes de la adaptación que hizo Tim Burton de Sweeney Todd, donde el espacio urbano se convertía en un personaje más, se puede avizorar esa gran película que En el bosque al final no fue.