Todo nos espera en el camino
Hay que huir sin destino porque adelante siempre estará lo mejor. Adaptar al cine este texto de culto de Jack Kerouac, que tanto camino hizo, no era tarea fácil. Y lo de Walter Selles, sin ser magnífico, al menos logra, en ciertos momentos, en ciertos rostros y en ciertas palabras, rescatar parte de esa liturgia hecha de rebeldía y desafío, que sin duda abrió el juego para que después otros jóvenes supieran que los caminos están para poder huir detrás de los sueños. Es poética, a veces juguetona y casi siempre melancólica. Salles (“Viajes en motocicleta”) apela a un narrador para intentar contarnos cómo nació el consagrado relato. Sal es Kerouac; Carlos es Allen Ginsberg y Dean es Neal Cassidy. El filme trae los viajes y las vivencias de dos veinteañeros, aspirantes a escritores, en los finales de los 40 y a comienzos de los 50. Desenfreno, bohemia, droga, sexo, algo de hastío, jazz, Proust, lágrimas, dudas, son las experiencias límites de seres que habían hecho de la amistad y la osadía sus armas predilectas. Hay citas, músicas, humor y viajes sin destino a toda velocidad. No es parejo y no siempre logra dar con el tono apropiado, pero vale, por el gran trabajo de Garrett Hedlund, como un arrollador Dean, por lo que simboliza y por esa desordenada manera de convertir a la distancia en la mejor forma del acercamiento. Un filme quizá demasiado respetuoso del texto, que le falta atreverse a ir más allá, pero que es un testimonio interesante sobre una época y unos personajes que le dieron letra y música a su generación. Unas líneas de Ginsberg definen el rumbo de estas travesías hacia adentro. “Sé que no hay un tesoro al final del camino, pero el saberlo me hace un hombre libre”.