Carretera perdida
Tras años de dilaciones, el brasileño Walter Salles (Diarios de motocicleta) fue el elegido de Francis Ford Coppola para llevar al cine En el camino, la novela icónica de Jack Kerouac. Coppola compró los derechos en 1979 y, tras frustrados intentos, vio al precoz Che itinerante de Diarios y creyó que Salles era su hombre. Lo equivocado que estaba. Como con toda la narrativa beat, el desafío es adaptar textos esencialmente díscolos al orden que requiere un guión. Sin llegar al pandemonio de Naked Lunch, de William Burroughs (decentemente recreada por David Cronenberg), los párrafos salvajes e incontenibles de En el camino daban lugar a dos opciones: una adaptación experimental o un corsé para la verborragia de Kerouac. Salles optó por la segunda, con un respeto que hubiera molestado mucho al autor del libro. Sal Paradise y Dean Moriarty (los alter egos de Kerouac y su compinche Neal Cassidy, en su imparable orgía de rutas, sexo, drogas y be-bop) son, en la piel de Sam Riley y Gareth Hedlund, dos individuos carentes de peligro, excitados por una rebeldía ingenua que ni siquiera escandalizaría a miembros del Tea Party. Cierto, buena parte de la novela puede leerse hoy con ingenuidad, pero ubicada en su contexto fue un verdadero cachetazo a los cánones de la época, y nada de eso puede apreciarse en la visión de Salles. Con imágenes bellas pero innecesariamente pulcras, estériles, las apariciones de Kirsten Dunst, Steve Buscemi y, sobre todo, Viggo Mortensen (como el alter ego de Burroughs, Bull Lee) son la única chispa de esta adaptación inverosímil y anémica.