Indomables
Fiel, en escencia, adaptación del clásico.
“Luego seguí como hice toda mi vida, detrás de las personas que me interesaban, porque las únicas personas que me interesan son los locos, los que están locos por vivir, por hablar, los que desean todo al mismo tiempo: las personas que nunca bostezan ni dicen trivialidades, sino que arden, arden, arden…” Carlo/ Allen Ginsberg.
En el camino fue el manifiesto de una generación y, escrita con un aliento jazzero, era de una adaptación si no imposible, difícil si no se quería caer en la presuntuosidad.
Walter Salles y José Rivera, su guionista de Diarios de motocicleta -otra película sobre un viaje, en la carretera, y de dos jóvenes buscando forjar su destino-, le buscaron una vuelta que puede disparar críticas. Se mantuvo fiel al espíritu de la novela, pero se centró en los momentos que consideró sustanciales para entender a Sal Paradise (el propio Kerouac), Dean Moriarty (el amigo del autor, Neal Cassidy, y centro de la obra) y Marylou (LuAnne Henderson). Tres espíritus libres, pero cada uno con sus características distintivas. Hay que recordar que Keouac al utilizar su “prosa espontánea” es poco menos que detallista. Lo importante es lo que se vive en el camino. Hacia dónde, eso lo precisa cada quién.
Si a Sal/Kerouac lo distinguía la inspiración que le venía del jazz, la poesía ajena y las drogas, Dean/Neal es un tipo entre desaprensivo e incapaz de crear un lazo fuerte con... nada ni con nadie. La fascinación de Sal por Dean hace pensar que el narrador es sencillamente eso, alguien obsesionado por el símbolo beat que encarna Dean. Y la película ondula entre dejar llevar al espectador por lo que viven los personajes, triangular en esa relación de amor y sexo de los tres, y la creación en sí misma de Sal.
Sal dice “no necesito un hogar” en cuanto toma el primer ómnibus. Ese estilo errante está en toda la película, que Salles opta por mostrar con grandes angulares para que crezca el espacio que rodea a los protagonistas y recortarlos sobre él. Tal vez la cantidad de lugares recorridos -saliendo de Nueva York, pasando por Colorado, California, Virginia, Nueva Jersey, Nueva Orleáns, Arizona, México, etc.- conspira con cierto sentido de unidad, pero así estaba en el libro.
Y si la película se sitúa también en la época en que transcurrieron los viajes, bien podría suceder hoy, incluidas las libertades sexuales -Marylou entre Dean y Sal, desnudos sentados en el asiento delantero, masturbándolos-, que para su época causaron controversia.
Así como los lineamientos de Dean y Sal son aislados en el filme, también hay personajes sin presentación alguna. Varios secundarios, pero con protagonismo, son encarnados por Viggo Mortensen, Kirsten Dunst, Amy Davis o Steve Buscemi, y la verdad es que una cuota de anonimato estelar les hubiera resultado mejor.
Salles ama, no cuestiona a sus personajes. Kristen Stewart está ciertamente mejor que sus compañeros masculinos, y que en la saga de Crepúsculo, porque se le ve la indocilidad a flor de piel. Sam Riley (Sal) y Garrett Hedlund (Dean) completan el triángulo rebelde e insumiso.
“Sé que no hay un tesoro a fin al del camino, pero el saberlo me hace un hombre libre”, dice Carlo/Allen Ginsberg. Improbable mejor síntesis de lo que es el filme.