Con la marca, no el espíritu
Es cierto que hay muchos films -independientemente de sus méritos o deméritos posteriores-, como La saga Crepúsculo, la trilogía de Los juegos del hambre o las diversas entregas de Harry Potter, que se proponen como grandes acontecimientos culturales y mercantiles, aprovechándose de un público cautivo y estableciendo toda una operatoria marketinera donde muchas veces lo que menos importa es la obra fílmica. Al mismo tiempo, arman elencos o convocan guionistas y directores para darle mayor legitimidad al emprendimiento, aunque lo que termina imponiéndose la mayoría de las ocasiones es lo primero: la estructura destinada al negocio, a lo extracinematográfico. El cine va siempre detrás en la carrera, y rara vez consigue llegar primero en la meta.
Bueno, lo de las audiencias ganadas de antemano, los films convertidos en plataformas de explotación de otras fuentes, los nombres fuertes respaldando los proyectos, también existe dentro del ámbito “independiente”, de “arte”, y la adaptación cinematográfica de En el camino, la novela de Jack Kerouac, es un buen ejemplo. Tenemos un libro de enorme prestigio (y considerado por muchos como inadaptable), prácticamente legendario, de lectura obligatoria para todo aquel que quiera explorar las perspectivas de un conjunto de mentes que alcanzó ribetes emblemáticos como la Generación Beat. Y a un proyecto que tardó mucho tiempo en concretarse, con un realizador de peso que ha sabido triunfar en el Festival de Berlín, como es Walter Salles. Y a unas cuantas estrellas que circulan por la pantalla, dando su correspondiente aval, como Amy Adams, Kirsten Dunst o Viggo Mortensen, que a su vez respaldan a los protagonistas Sam Riley, Garrett Hedlund y Kirsten Stewart.
Y lo cierto es que unos cuantos se quejan, y mucho, de las sagas juveniles creadas casi de la nada por el Hollywood más gigante, y despotrican contra el cálculo, la falta de riesgo, la incapacidad de adquirir vida propia por fuera de la referencia literaria. Pero con productos como En el camino ponen carita seria, se re interesan de repente por la Generación Beat; analizan sesudamente las caracterizaciones de Hedlund, Riley, Stewart, Mortensen o Adams; invocan el legado del libro de Kerouac, su descripción de la América profunda y cómo esto se ve reflejado en el film; y piensan esta película en el marco de la filmografía de Salles, quien ha sabido transitar de manera bastante despareja el género de la road movie, con exponentes recordados por el público como son Estación Central y Diarios de motocicleta, que en el segundo caso también tiene a figuras icónicas que quiebran los límites de la pantalla grande.
No digo que no hay que darle importancia a En el camino. Digo que se la piensa con una pertinencia, seriedad y criterio que no se da con otros films -a los cuales se suele subestimar- y que se le perdonan demasiadas cosas por razones que no están en la película; que tiene el mismo entramado, la misma construcción de manual y sistémica que los tanques hollywoodenses. Y en base a eso -y sin pretensión de parecer heroico, sólo dejando bien en claro lo que pienso-, afirmo que todas sus partes están pegadas con cola, tratando de copiar la estructura de su fuente literaria pero sin agregarle nada, sin la fluidez cinematográfica necesaria; que es un conjunto de escenas inconexas con buena fotografía y diálogos pomposos y pretenciosos; que jamás puede salir de la pose, porque se queda con los nombres y no con las almas de los personajes; y que lo único que tiene para dar es su prestigio y polémica ganadas de antemano, antes de siquiera existir.
No se trata tampoco de tirar bombas, de ponerse en contrera porque sí, para quedar como un gran rebelde frente a lo establecido. Simplemente se trata de decir lo que se piensa y se ve en un film, con el mayor equilibrio posible, sin subestimar o sobreestimar. Que las poses y modismos de segunda mano la aporten otros.