La intrascendencia desnuda
Lo primero que habría que decir es que En el Camino, de Jack Kerouac, es una novela sobrevalorada, y si bien no carece de momentos interesantes, estos apenas aparecen como destellos en sus páginas, mientras que la mayoría del relato es un compendio de situaciones tediosas, repetitivas en su sentido superficial y -yendo a lo fundamental- carentes de una posición o mirada más compleja que las aglutine y les dé un sentido último más profundo o trascendente. Es seguramente una novela que refleja un momento de la cultura y que, como suele repetirse, ha sido influyente. Sin embargo, esas características no la convierten por sí solas en una gran novela.
Pero estas carencias, a la hora de pensar una posible adaptación cinematográfica, tal vez puedan ser entendidas como una ventaja, ya que justamente aquello que falta -esa mirada, ese punto de vista, ese centro- puede ser aportado por el responsable de la adaptación al hacer una relectura de la novela y tomar algunos de sus elementos y ponerlos en escena bajo otra luz. Porque una adaptación puede ser un riesgo, pero también una esperanza.
Claro que, como en el fútbol, en el cine casi siempre todo depende de los nombres propios, y así, para desgracia de todos, el nombre sobre el que cayó la tarea de filmar la novela de Kerouac es el vidrierista internacionalizado Walter Salles, por lo que toda posible esperanza se ve abortada. Resulta imposible imaginar una película de Salles que escape de la mediocridad, del preciosismo fotográfico vacío, de la superficialidad, de la intrascendencia en definitiva. De sus intentos fílmicos ni siquiera puede decirse que sean entretenidos o superficialmente bellos, y su versión de En el Camino es una confirmación de todo esto. Durante algo más de dos horas nos presenta una serie de personajes en sus viajes por las carreteras de los Estados Unidos hacia fines de los cuarenta, en sus reuniones y fiestas, en algún bar escuchando jazz, o consumiendo drogas y explorando la sexualidad en una aparente forma libertina (además de supuestas reflexiones sobre literatura y otras cuestiones existenciales muy difíciles de clasificar…). El problema es que se trata de una serie de secuencias intercambiables entre sí, carentes de valor y que poco dicen, que nada representan, y que tampoco logran transmitir tensión, incomodidad o erotismo. ¡Ni hablar de algo cercano al humor!
Ya no se trata de que la puesta en escena no funciona en su nivel más importante, el simbólico (alguien como Salles jamás logrará moverse en ese plano), sino que tampoco logra ser atractiva en su aspecto más elemental: en el de ser una ilustración atractiva de la novela.