El director Ron Howard, conocedor de todos los tecnicismos, es tan ecléctico en su filmografía como responsable final de una producción que sería difícil encasillarlo desde un género especifico, aventura, comedia, drama, Thriller al mismo tiempo, que se hace imposible catalogarlo desde lo discursivo.
Es mucho más evidente su propensión a la construcción clásica, de la formula establecida por la industria hollywoodense que le ha dado muy buenos resultados económicos, algunas nominaciones al premio “Oscar”, que sólo obtuvo en la categoría de mejor película en el 2002 por “Una mente brillante”.
En esta oportunidad arremete desde un texto que se divide en dos tramas, el problema es que lo que le falta a una le sobra a la otra, y viceversa.
El filme ficcionaliza el encuentro entre Herman Melville (Ben Whishaw), el autor de “Moby Dick”, con Tom Nickerson (Brendan Gleeson) quien supuestamente fuera uno de los sobrevivientes del barco que inspiro la escritura de lo que terminaría siendo el mayor éxito post mortem de Herman Melville, y todo un clásico de la literatura de aventuras del siglo XIX, recuperado a principios del siglo XX.
Entre estas dos variables el encuentro del escritor con su narrador y la historia contada va construyéndose el texto fílmico.
La buena cimentación y desarrollo de los personajes de la primera variable, sobre todo en Tom Nickerson, desparece en la segunda en la que toma importancia la acción, el ritmo, y la imagen misma, apoyándose esta en las virtudes del 3D y en un diseño sonoro de última generación que le agrega un plus de mucha cualidad y calidad.
La primera, nos muestra a un mortal falto de una gran leyenda para lograr su gran novela, opuesto a otro individuo casi muerto en vida, privado de goce por guardar secretos en su alma que lo atormentaron durante toda su existencia.
La otra, es un relato ceñido a lo tópico de las formulas narrativas cinematográficas más arraigadas en la meca del cine, en el que muy de vez en cuando se interponen creaciones desde lo meramente visual, que sólo hacen sentir que durante la filmación el director y su equipo tuvieron destellos de ideas originales o de otra competencia.
Si en esa especie de confesión de medianoche, con una copa de por medio, debería haber primado el enfrentamiento de dos personajes a partir de su construcción y disensión que no termina de producirse por la diferencia de recursos entre los actores, todo lo verosímil que presentifica Brendan Gleeson empieza a diluirse cuando el sostenimiento cae en manos de Ben Whishaw.
La historia que narra Nickerson la presenta como el antagonismo entre otros dos hombres, el capitán Pollard (Benjamin Walker) y el oficial Owen Chase (Chris Hemsworth), enfrentamiento que al no poseer sustento desde los personajes pierde todo tipo de interés en el espectador y sólo queda nuestra querida gran ballena blanca, en este caso un cachalote. Son las secuencias en las que aparece el animal en las que el filme cobra ritmo vertiginoso, con escenas de muy buena factura en las que el director no debe preocuparse de los personajes, si de la historia de una ballena que sin temor alguno enfrenta al Essex, el barco pesquero, y luego a su tripulación casi con ánimo de venganza, se podría decir.
Luego al tramo del relato de la tripulación a la deriva en el mar le falta tensión dramática y pierde el ritmo que venia sustentando.
Un buen relato, bien narrado. con una muy buena construcción de época, muy buena dirección de arte, sobre todo desde la fotografía y el anteriormente mencionado diseño de sonido.
Si espera encontrar algo del héroe romántico, llámelo Ismael, o del Capitán Ahab, le recomiendo el filme de 1956 “Moby Dick”, protagonizada por Gregory Peck, escrita por Ray Bradbury, y dirigida por John Huston. ¿Le gusta el trío?