Naturaleza indómita
En 2000, Nathaniel Philbrick se metió en camisa de once varas al realizar en formato nonfiction la reconstrucción de un mito de la marinería: el hundimiento del ballenero Essex tras un par de encuentros con un cachalote bastante feroz. Decimos que el desafío no era menor, porque uno de sus dos insumos principales, la crónica del primer oficial Owen Chase, inspiró nada menos que a Herman Melville y su célebre “Moby-Dick”, “una epopeya homérica” según Nathaniel Hawthorne, un referente para el autor. Casi un siglo después se encontró un manuscrito del grumete del Essex, Thomas Nickerson, que se convirtió en la segunda fuente para Philbrick.
En ese cruce de personajes se encabalga la cinta de Ron Howard: Melville va al encuentro de un veterano Nickerson en busca de una inspiración para su novela. Con dinero y espíritu confesional, este Melville ficcional lo convence y abre un relato que se estructura en flashback, con oportunos regresos al presente de la narración (en términos precisamente narrativos: qué se muestra, qué se rememora); algo que recuerda por momentos a la estructura (salvando las diferencias obvias) de “Una historia extraordinaria”, de Ang Lee.
El vengador
Los ejes de la historia están puestos en algunas contraposiciones. La más obvia se la que se da entre el aristocrático capitán George Pollard Jr. y el “campesino” Chase: marino de cuna versus lobo de mar. Pero la principal termina siendo la refriega entre el hombre, pretendido como “rey terrenal” del globo, y una naturaleza que no se deja dominar tan fácilmente. Entramos de lleno en el espíritu de una época positivista (evolución de la humanidad, dominio sobre la naturaleza, apropiación de recursos) cuyos coletazos nos colocan en la crisis ecológica que hoy vivimos (ahí clavaría los dientes Naomi Klein, desde “Esto lo cambia todo: el capitalismo contra el clima”), y se puede ver en la lucha por el aceite de ballena la virulencia por conseguir otro “oil” más negro y espeso.
Así, el cachalote gigante deviene en vengador más que monstruo. Con lo que nos metemos de lleno también en la ola revisionista de los últimos años, en la que el cine coquetea con las lecturas historiográficas de mitos y ficciones clásicas, o relecturas de versiones primigenias de cuentos clásicos.
El timonel
Sabida es la maestría del colorado Howard para la épica, y acá no se queda corto; utiliza toda la batería visual para abrir las perspectivas (las tomas subacuáticas son claves, al igual que el impacto y el realismo del cetáceo, como así también las vistas urbanas “de época” de Nantucket), combinada con el océano de las Canarias, usada con eficiente fotografía para reconstruir las islas y la vastedad del Pacífico ecuatorial.
La mano del director (y de un guión balanceado) permite mantener una tensión dramática pareja en una odisea que ofrece variedad de tonos (conflicto interpersonal, acción, catástrofe, naufragio, cierta crítica social).
Navegantes
Chris Hemsworth ya demostró, para envidia de muchos, que es buen actor además de fachero: por eso no le cuesta ponerse al hombro a Chase como héroe, con el Pollard de Benjamin Walker como antihéroe rescatable. Es interesante ver a Cillian Murphy como el segundo oficial Matthew Joy, un papel raro en su filmografía, con sus luces y sombras. Entre ellos, un correcto Tom Holland como el joven Nickerson y un vistoso Frank Dillane como Henry Coffin, el primo del capitán.
En el otro plano histórico, Brendan Gleeson le pone su rotunda presencia al viejo Nickerson, confrontando al Melville de Ben Whishaw (podría tener un poco más de intensidad), y la personalidad escénica de Michelle Fairley (aunque le toque la única línea cursi del texto) como la señora Nickerson (junto al veterano Donald Sumpter como el empresario Paul Mason, cumplen la regla de que una película en busca de taquilla tiene que tener un par de actores de “Game of Thrones”). Hay un poquito por ahí de Charlotte Riley como Peggy Chase, y una aparición de Jordi Mollà.
“¿Qué habremos hecho para que Dios nos castigue de esta manera?”, pregunta Chase en algún momento. La pregunta sigue vigente siglo y medio después, cuando la naturaleza se sigue rebelando.