Esta película es una ficción dentro de otra ficción: se inicia con Herman Melville pidiéndole al sobreviviente de un naufragio legendario que le cuente su historia, esa que involucra una ballena gigante, que se convertirá luego en Moby Dick. Lo que vemos es, pues, esa “historia real” detrás de la historia no real que todos conocemos. Y lo que vemos, también, es una especie de historieta que recupera la textura y los colores de viejos grabados e ilustraciones de los libros de aventuras. En los momentos de mar, de tormentas, de cacerías, de ataque, todo es casi perfecto, con Chris Hemsworth como la personificación exacta del héroe clásico. Claro que una parte importante de la película implica ver gente a la deriva muriendo de hambre o de sed, y esa parte del film, sin ballena y con el único peligro de la Naturaleza avanzando sobre el cuerpo, resulta larga en extremo. Se notan, de paso, algunas inconsistencias en el guión y en el montaje. Pero hay también un apólogo moral en la película, otra condena a la acumulación de capital (y esto es importante: las grandes películas americanas están en contra del mercantilismo mecánico) y la idea casi religiosa de la confesión como camino de redención. Que la redención sea la escritura de un libro -o el rodaje de un film- es también parte de esa declaración de clacisismo que define esta un poco fallida pero muy bella película.