Huellas de Moby Dick
“Hay escritores –señaló Borges– cuya obra no se parece a lo que sabemos de su destino; tal no es el caso de Herman Melville, que padeció rigores y soledades que serían la arcilla de sus alegorías.” En el corazón del mar nunca se propone como una biografía del autor de Moby Dick, pero abjura de sus aventuras de juventud, como el temerario grumete que desertó de un ballenero siniestro y que convivió en una isla del Pacífico con aborígenes caníbales. Lo único que se sabe del Melville que presenta la película de Ron Howard (basada en una novela de investigación histórica de un tal Nathaniel Philbrick) es que se trata de un hombre inseguro y obsesionado con el rumor que escuchó en el puerto de Nantucket sobre un naufragio causado por una bestia marina sobrenatural. Y que está dispuesto a pagar todo su dinero con tal de escuchar esa historia de primera mano, de un viejo sobreviviente de ese antiguo naufragio, que se resiste a recordar. Esa y no otra habría sido la simiente de su monumental Moby Dick, dice esta superproducción en 3D, que reduce el origen de la obra maestra de Melville a las afiebradas notas que –como un sumiso escribiente– toma en una única noche y que sirven para que la película, trajinados flashbacks mediante, enfile su proa hacia los mares del sur y dé cuenta de aquel misterioso hundimiento.Mientras Melville (Ben Whishaw, el flamante Q de la saga Bond) le va extrayendo –no sin dificultad, casi como un terapeuta– los traumáticos recuerdos de juventud a ese marino retirado y borracho (Brendan Gleeson), va cobrando vida, a la manera de un libro ilustrado, la historia del navío Essex, de su orgullosa partida hacia 1819 de las costas de Nantucket y del fantasmal regreso de unos pocos sobrevivientes de la tripulación, tres años después.En esa historia, son otros dos hombres quienes enfrentan sus voluntades. Por un lado, está el primer oficial Owen Chase (Chris Hemsworth, el musculoso Thor de la saga Marvel), experto marino e imbatible cazador de ballenas, a quien la compañía naviera le había prometido la capitanía de la expedición. Y por otro, el advenedizo George Pollard (Benjamin Walker), hijo del propietario de la nave, quien finalmente será el comandante. Ya con la primera tormenta se verá quién es quién a bordo del Essex, pero para cuando el velero atraviese ese finis terrae que era por entonces el Cabo de Hornos los recelos irán cediendo ante una naturaleza despiadada, que tiene su apogeo cuando una ballena de dimensiones gigantescas se ensaña con esa cáscara de nuez que a su lado parece el Essex.Si en su película inmediatamente anterior, Rush (2013), el director Ron Howard ponía en escena la rivalidad de los pilotos de fórmula uno Niki Lauda y James Hunt (interpretado también por Hemsworth), aquí el esquema se repite, pero a una velocidad más moderada. Sin embargo, la grasa del producto es un poco la misma: en Rush provenía de los motores de los autos de carrera y parecía impregnar todo el relato; en In the Heart of the Sea, el sebo de las velas y el espeso aceite de ballena dan toda la impresión de prestarle su pringosa pátina visual a toda la película.Los recursos técnicos de los que dispone el director de Apolo 13 semejan –como es cada vez más frecuente en Hollywood– desproporcionados, o al menos utilizados a una escala incongruente: la reconstrucción digital de la Nantucket de comienzos de siglo XIX luce más falsa que un cuadro de consultorio, el novedoso sonido Dolby Atmos está esencialmente al servicio de la cavernosa voz de galán de Chris Hemsworth y la tridimensionalidad es incapaz de superar el impresionante realismo del que hacía gala en un modesto 2D Capitán de mar y guerra (2003), de Peter Weir, ambientada en las mismos mares y aproximadamente para la misma época.Sin embargo, mientras la película se olvida de esos dos hombres del comienzo que le prestan su trabajoso relato y se dedica lisa y llanamente a la más crasa aventura, se vuelve disfrutable. Es una pena que el espíritu de nuestra época quiera darle a la historia de esos marinos del siglo XIX y su enfrentamiento con la ballena mitológica, un cariz ecológico y absolutamente extemporáneo, haciendo de ese Leviatán que imaginó Melville una suerte de justiciero acuático que lucha por la preservación de su especie.