Vaya uno a saber si realmente fue una ballena desquiciada la que hundió al mítico Essex (el dato es concreto y, de acuerdo a los testimonios de la nave comandada por el Capitán Pollard, certero, aunque puede que exagerado), pero lo fáctico del asunto no tiene demasiada importancia: más allá de la hipérbole, el incidente supo generar un clásico literario como “Moby Dick” de Herman Melville. Ron Howard, el irregular gran director de clásicos modernos como Apollo 13 y Rush, así como de piezas olvidables como El Código Da Vinci y Ángeles y Demonios, sabe que detrás de la leyenda de la ballena vengadora hay una gran historia, y que a su modo la de Melville también lo fue. Asi, se desarrolla un juego de inspiración por partida triple: el accidente del navío inspiró un libro que a la vez ahora inspiró una película.
En El Corazón Del Mar es narrada por Tom Nickerson, uno de los pocos sobrevivientes del Essex (interpretado por el siempre correcto Brendan Gleeson), que rememora con lujo de detalle los catastróficos hechos que hundieron al barco, a medida que un joven Melville (Ben Whishaw) toma notas para su futura novela. La preocupación del corroído Nickerson pasa por no querer asomarse demasiado al pasado, que le revuelve el estómago a medida que los recuerdos traen memorias que su psiquis preferiría olvidar.
sta fragmentación de la narrativa cinematográfica tradicional, que parte de un presente que se interconecta con largos flashbacks (la acción principal, aquella que tiene como protagonista a la ballena, transcurre en el pasado de la película) no siempre funciona, pero otorga merecidos momentos de descanso cuando el espectador siente ya que la acción terminará inundando la historia. Howard, hábil capitán de escenas épicas, sabe por suerte cuándo dar un respiro y simplemente contemplar el mar junto con la audiencia. Es allí justamente donde el film mejor navega, a medida que también despliega su espectacularidad visual y se impone como una de las mejores interpretaciones del mito de la leyenda de Moby Dick.