En el corazón de Moby Dick
Hay dos cosas que Ron Howard no debería hacer más: adaptaciones de novelas de Dan Brown y alejarse de la senda virtuosa que marcaron algunas de sus buenas películas como Frost/Nixon – La entrevista del escándalo (2008) o Rush – pasión y gloria (2013). Con En el corazón del mar se aleja de la buena senda, sobre todo porque insiste en subrayar el lazo obvio entre el hecho histórico y la ficción (Moby Dick). Además parece pensar, al igual que Homero Simpson, que la gigantesca novela de Melville esconde una enseñanza, que es “sé tu mismo”.
En el corazón del mar es la historia del naufragio del ballenero Essex de Nantucket en 1820, que fue hundido por un cachalote, y del martirio de sus sobrevivientes, que pasaron 90 días a la deriva, con hambre y sin agua, debiendo recurrir al canibalismo. En paralelo, Howard se empecina en contarnos cómo llega esta historia a Melville, que luego la convertirá claramente en su novela Moby Dick.
El director intenta disolver los límites entre el hecho histórico y la novela, fundiendo la trama en un pastiche poco probable. La historia del Essex es una tragedia de miseria y redención, mientras que Moby Dick es no sólo la historia de obsesión individual que todo lo que toca lo destruye, sino también la radiografía de la oscura metafísica norteamericana. En todo caso, esta mala decisión de Howard nos termina dejando sin capitán Ahab, pero con un Ismael (el personaje llamado Thomas Nickerson, interpretado por Tom Holland cuando es joven y Brendan Gleeson cuando es viejo), y con dos chicos lindos que se pelean por el mando del Essex, Owen Chase (Chris Hemsworth) y George Pollard (Benjamin Walker). Son personajes de un solo conflicto, que pasean por el mar su cuestionable humanidad. Sin embargo, la que más sufre en esta sangría de significado es la ballena blanca. Mientras que este cachalote blanco gigantesco e implacable es la gran alegoría de Melville, en la película de Howard es un monstruo digital imposible y arbitrario, que por alguna razón está obsesionado con borrar a Hemsworth de la faz de la tierra, como si no le pudiera perdonar su interpretación de Thor.
Es cierto que En el corazón del mar no es un desastre absoluto: gana cuando está en movimiento, y más allá de que sus caros efectos digitales son extrañamente burdos, contiene algunas secuencias bien diseñadas e impactantes. En algún momento podemos llegar a sentir que estamos en un western marino de hombres duros que se enfrentan a la intemperie. Pero luego sucede algo que casi nunca pueden evitar las películas de naufragio: no saber cuánto dosificar lo que duran en el metraje esos meses a la deriva. En un momento sentimos que asistimos a la tortura interminable de unos hombres quietos dejándose morir.
Ron Howard se encuentra aquí en su versión más berreta, logrando un film caro pero de aspecto y profundidad televisivos en el mal sentido, tan sólo porque despoja de sentido y un mínimo de verosimilitud las dos historias que intenta combinar.