La ventana indiscreta
Un gran maestro de la crítica cinematográfica en la Argentina hace muchos años me dijo: si vas a dar una mala opinión de una película tenes que justificar tus dichos, al contrario, si tu opinión es muy buena no aparece como necesaria la justificación, hasta podrías correr con el peligro de contar más de lo imprescindible.
En varias ocasiones se cruza la idea de escribir solamente: “vaya a verla, no se va a arrepentir”. El filme de Ozon se encuentra en esta categoría, así es de atrapante.
Un director tan ecléctico, en el sentido camaleónico, como lo es éste parisino, hace que siempre despierte un plus de interés su nueva película, empezando por “Bajo la arena”, “Gotas caen sobre rocas calientes” (ambas del año 2000), pasando a “8 Mujeres” (2002), “La piscina” (2003), “Mujeres al poder” (2009), parecería que su intención principal fuera no querer repetirse.
“En la casa”, más allá de la maestría con la que está contada, da la sensación de unir muchos de los elementos que aparecen en las obras citadas. Desde la estructura, o el género, en esta producción surgen más claramente otros autores, como la fascinación por radiografiar a la clase burguesa de Michael Haneke, el envolver al espectador, no sin suspenso, en el placer voyeurista de Hitchcock, sin dejar pasar por alto a Pier Paolo Pasolini con “Teorema” (1968), a quien su referencia se hace explicita en la realización de Ozon.
El disparador del relato nos enfrenta a un profesor de literatura de una escuela media quien, defraudado por el nivel de escritura de sus alumnos, descubre un texto brillantemente escrito por un alumno de la ultima fila, justamente el titulo de la obra de teatro escrita por el madrileño Juan Mayorga, en la que está basada la película, es “El chico de la última fila”.
Pero su problemática comienza a expandirse. Por un lado, establece el placer casi obsceno por un saber de los secretos de una familia y, paralelamente, construye un relato que profundiza en los enigmas de la creación artística, en éste caso la literatura, o más específicamente la narrativa en general, ya que el filme con sus vueltas de tuerca, excelentemente bien hilvanadas, termina por cerrarse en la propia narrativa de la obra.
Germaine (Fabrice Luchini) es el profesor que a partir de una tarea descubre en su alumno Claude García (Ernest Umhauer) un talento innato para la escritura.
Todo queda establecido por la fascinación que Claude tiene por la clásica familia burguesa de un compañero suyo, Rapha Artole (Bastien Ugheto), de la relación entre éste y sus padres, el Sr. Artole (Denis Menochet) y Esther Artole (Emmanuelle Seigner), dejando en suspenso, con sólo unos pequeños detalles, las intenciones de Claude en relación a la belleza de la madre de su amigo.
A partir de ese primer ejercicio cada uno de los escritos cuenta otro episodio de la familia elegida para atravesarla en su privacidad, y genera una seducción en Germaine, quien lo lleva a compartir todo con su esposa Jeanne Germaine (Kristin Scott Thomas) lo que termina por establecerse es un gran juego especular al que con maestría Ozon incorpora al espectador.
Todos quedan/quedamos atrapados por la necesidad de saber más, saber de la familia elegida, de la historia del profesor, de la mujer de éste, de la relación entre ambos, del futuro de Claude…. la indeterminación en los relatos, y en el mismo orden Ozon nos va proponiendo el juego en el que queda suspendido en el aire el interrogante de si eso que Claude escribe, Jeanne y Germaine leen y el espectador observa, es sólo una ficción o es verdad, invento o descripción, fantasía o realidad.
Al mismo tiempo que como trama secundaria comienzan a jugarse los intereses personales del profesor, la vida conyugal en proceso de deterioro. Ve reflejado en su alumno a ese que en algún momento de su vida se le presentaba como proyecto propio, que no pudo ser por ausencia de talento o por temor al rechazo, por falta de oportunidades o por la sencilla razón de no tener alguien que lo incentive o apoye.
El director, como en otras ocasiones, parece divertirse jugando con la estructura narrativa de su propio producto, mezclando géneros, cambiando los puntos de vista de lo narrado. Trabaja como un prestidigitador en relación al espectador para distraerlo con un relato, mientras desarrolla otro, de esta manera la película se transforma en un gran espiral donde nunca queda excluido el hecho creativo en sí mismo.
Todo esto se ve sustentado por un guión increíble, poseedor de muy buenos diálogos; con una dirección de arte que pasa desapercibida, pues esa parece ser la intención, y un diseño de sonido que hace jugar la música de manera empática sobre la imagen, al mismo tiempo que los silencios generan sensación de suspenso.
Beneficiado todo esto, recíprocamente, por las actuaciones, excelentes en sus composiciones los dos protagonistas, muy bien secundados por Scott Thomas y Seigner, pero una de las sorpresas fue ver a Dennis Menochet, el campesino Perrier LaPadite de “Bastardos sin gloria” (2009) casi irreconocible en un papel totalmente diferente.
Como dije al principio, con otras palabras, el resto es casi innecesario, cinéfilo o no, perdérsela es pecado.
(*) Producción realizada por Alfred Hitchcock en 1954