Un vodevil que funciona como un juguete
El director de Gotas que caen sobre rocas calientes y Ocho mujeres vuelve a hacer del cine un ejercicio lúdico, con la historia de un adolescente que turba la plácida rutina de un matrimonio bobo (bohemio-burgués, en la jerga francesa).
Como buena parte de la obra de François Ozon, En la casa funciona como un juguete, un mecanismo lúdico que se puede desarmar para ver cómo funciona. Ya no se trata de narrar las distintas variantes de un triángulo amoroso, intercalando bailes y canciones (como en Gotas que caen sobre rocas calientes, 2000), de resucitar el policial à la Agatha Christie, con divas como de los ’40 y en medio de decorados de puro artificio (8 mujeres, 2002), narrar la historia de una pareja, de adelante hacia atrás y mediante una cantidad de hitos numerados (5 x 2, 2004) o ver qué pasa si una pareja común y corriente da a luz a un niño con alas (Ricky, 2009). Ahora es cuestión –a partir de una obra ajena, vale aclarar– de desplegar asuntos del más estricto campo teórico-literario: cuánto de real y de imaginado puede contener una crónica, qué clase de relaciones se establecen entre el que produce y el que consume un texto, entre maestro y discípulo, entre el escritor de ficciones y el teórico. El truco es hacerlo como juego de salón o vodevil intelectual. Juego que entraña también, como caramelo envenenado, una sorda guerra de poder.
Para que quede claro hasta qué punto esto es un juego, un artificio insolente, el protagonista se llama Germain Germain (Fabrice Luchini, magnífico comediante a quien Eric Rohmer convocó en repetidas ocasiones). Casado con Jeanne, una de esas señoras a las que suele calificarse de “estupendas” (Kristin Scott Thomas, más pícara que de costumbre), Germain Germain, autor de una única novela que ni él ni su mujer valoran, es profesor de literatura en un colegio secundario llamado, faltaba más, Gustave Flaubert. Sin hijos, la vida de los Germain es tan plácida, al borde mismo de lo aburrido, como la de todo matrimonio bobo (bohemio-burgués, en la jerga francesa). En medio de protestas por la escasa propensión de sus alumnos a la lectura y/o escritura, Germain da una tarde con la mosca blanca, un tal Claude García (referencia no tanto a un jugador de Racing y Huracán como a la nacionalidad española del autor de la obra original). Claude no sólo escribe fluida y copiosamente, sino que es capaz de detectar, casi como un zoólogo, el “típico olor de la mujer pequeño-burguesa”.
Germain y Jeanne levantan las cejas ante la observación (primer detalle ligeramente perversón, Jeanne lee junto a su marido todos los escritos de sus alumnos) y más lo hacen cuando la redacción termina con un “Continuará”. “¿Puso ‘Continuará’?”, le cuesta creer a Jeanne. Segundo detalle perversón, la señora pequeño-burguesa que protagoniza el folletín por entregas de Claude es la mamá de un compañero (Emanuelle Seigner), a quien el retorcidillo se ofreció a ayudar en Matemáticas como mera excusa para entrar en su casa. Más que un simple curioso, Claude es un voyeur que pasa al acto, un sofisticado intrusor de vidas ajenas. ¿El equivalente de un espectador de cine, de un escritor o de ambas cosas? De aquí en más, las asociaciones se multiplican, se enrarecen y ramifican, con Monsieur Germain funcionando como ávido lector cautivo de Claude, dispuesto a todo (lo cual le traerá serios problemas), pero también como instigador, como autor en las sombras, mientras su alumno empieza a escribir para él. ¿Para conquistarlo, para aprender de él o para atraparlo?
Y el espectador de En la casa, ¿qué papel juega en este meta-vodevil? Juega varios, algunos más placenteros que otros. Por un lado, y a la manera de los films de Hitchcock, el de cómplice de un seductor tal vez carente de toda moral, Claude. Papel que en ocasiones calza cómodo (no es difícil reírse con Claude de los dos Rafaeles, su compañero y el padre de éste, por el nivel de elementalidad-promedio que representan) y en otras no tanto (¿qué derecho tenemos a reírnos de ellos?). Por otro lado, queda para el espectador el rol de receptor pasivo de una mecánica que no carece de arbitrariedades, cartas tapadas, subhistorias no del todo pertinentes, derivaciones algo forzadas. Pero a la larga, como todo vodevil guiado con guante blanco, En la casa invita a dejarse llevar. Producto del ritmo fluido de su decurso, el multiplicado interés de sus asociaciones, la dinámica precisa de sus actuaciones, la falta de otra pretensión que no sea la de jugar. Aunque mientras nosotros lo hacemos una araña teje su red, silenciosa, paciente y letal.