La gran aventura de los no legos
Si en la previa no parecen tener mucho en común, porque quién en su sano juicio podría poner en igualdad de condiciones una película de Francois Ozon con una animada repleta de chistes, En la casa tiene demasiado en común con La gran aventura Lego: son películas que se van armando en la cara del espectador a partir de un trabajo lúdico del guión. Si la de los ladrillitos parte de la base de que su material constitutivo son bloques que se arman y desarman a placer del divertimento anárquico, el film del director francés se funda en la noción de que el proceso creativo del arte -en este caso la escritura y el contar historias- es una instancia plagada de tironeos entre el deseo y la intuición, entre las expectativas y las concreciones, entre la realidad y la ficción. Ozon aborda ese proceso y lo atraviesa con los tonos que el cine puede incorporarle, con un atrevimiento y una arrogancia que está tamizada por la liviandad de un aire juguetón que la recorre siempre.
En la casa sabe ser muchas cosas: hay mucho de subgénero de profesor y alumno; de comedia intelectual con sus referencias a Woody Allen, escritores franceses varios y el mundo del arte moderno; de thriller psicológico de gato y ratón que va profundizando más y más en la psiquis de sus personajes hasta volverse intenso y peligroso; de sátira social que se burla de cierta clase media culta y no culta. Todo esto, que se supone demasiado y hasta parecen varias películas en una, se sostiene a partir del trabajo depurado de la varias capas de un guión que en ningún momento nos hace sentir que estamos ante la adaptación de una obra de teatro, como es este texto -original de Juan Mayorga-. Se sostiene, insisto, porque el guión incorpora perfectamente la noción de juego voyeurístico que se va dando entre los dos protagonistas: el profesor y el alumno.
El alumno mira, escribe, describe; el profesor mira al que mira… no, mejor, lee al que mira, intuye, desea y exige. Ese juego entre ambos personajes es el mismo que se da entre el artista, su obra y el público. La instancia en que el creador juega a derribar o sostener las expectativas del lector/espectador es trabajada en la película a través de una puesta en escena que constantemente nos exige a nosotros, espectadores del espectador que a la vez es espectador de un espectador que mira un mundo original y tangible y lo traduce bajo su punto de vista, dilucidar qué es real y que no lo es, qué está en la mente de los personajes o en nuestro propio deseo. Aquí el deseo, que en primera instancia es curiosidad y expectativa, progresivamente va convirtiéndose en una pulsión sexual reprimida y ofrendada como sacrificio final hacia este demiurgo adolescente y perverso que es Claude, el alumno voyeur y escritor -aunque cabría preguntarse quién es más perverso en este juego-.
La depuración estilística que opera el realizador sobre los géneros, principalmente sobre el thriller psicológico, va derivando hacia la mayor influencia de Ozon: Alfred Hitchcok -que en esta película es celebrada con una sexualidad latente y subyugada y un plano final que nos recuerda a La ventana indiscreta-. Si bien el director ya había explorado estos caminos dentro de su ecléctica filmografía, nunca como aquí había logrado que su habitual pericia para la forma cinematográfica redunde en un juego disfrutable hacia el espectador. Integrante de esa fauna de directores que adora reelaborar las viejas fórmulas, pero quedándose más en el juego intelectual del homenaje catedrático antes que en el emocional -La piscina es una buena demostración de eso-, En la casa le permite a Ozon dar ese paso definitivo en que pensar el mundo desde el cine y para el cine deja de ser un juego onanista para convertirse en una experiencia apasionante.