A veces es riesgoso conocer un desenlace
"He escrito una obra sobre maestros y discípulos; sobre padres e hijos; sobre personas que ya han visto demasiado y personas que están aprendiendo a mirar. Una obra sobre el placer de asomarse a las vidas ajenas y sobre los riesgos de confundir la vida con la literatura. Una obra sobre los que eligen la última fila: aquella desde la que se ven todas las demás".
Así definía el dramaturgo madrileño Juan Mayorga los asuntos de su pieza "El chico de la última fila", que entre nosotros adaptó y dirigió el veterano Leonardo Goloboff en buena puesta. Preciso, variado y prolífico, el realizador Francois Ozon hizo su propia adaptación, bastante libre y decididamente cinematográfica. Tercer éxito en su relación con el teatro, luego de las comedias "8 mujeres" y "Potiche". Solo que "En la casa" no es exactamente una comedia.
Empieza el ciclo lectivo en una escuela secundaria de provincia. Empieza el fastidio anual para un profesor de literatura enfrentado a un lote de pelmazos uniformados y "desmotivados". Hasta que encuentra la redacción bien escrita, personal y algo maliciosa de un alumno. En un estilo algo morboso el pibe cuenta su visita a la casa de un compañero (y el olor de la madre de éste). Y termina su historia con un hipnótico "continuará. El profesor cae en la tentación y quiere saber cómo continúa.
Así, refugiado en la excusa de unas redacciones escolares, el joven peligrosamente alentado se entromete cada vez más en la vida de ese hogar. Sus entregas reflejan espíritu voyeur, mirada cínica, humor ácido, una placentera (solo para él) manipulación a dos bandas: sobre la familia del compañero, y sobre el mismo profesor, que hasta empieza a verse incluido en la escritura, de una forma que puede comprometerlo más de la cuenta.
El asunto empieza de modo claro. Se entremezclan de a poco realidad y fantasía. ¿Cuánto inventa, o "interpreta" y reelabora, el chico en sus escritos? ¿Cómo se desarrolla la relación con su lector privilegiado? ¿Y con la madre de su compañero? ¿Y cómo va incidiendo la mirada de la esposa del profesor, y las discusiones entre ambos? (ella maneja una galería de arte moderno). Sobre todo, ¿qué pasará con los involuntarios y bienintencionados conejillos de indias de una criatura talentosa y algo enferma que los ha tomado como fuente de inspiración?
Buena mezcla de alusiones a la creación artística y críticas a la cultura, la educación, y las buenas o malas costumbres, la obra se va cargando hábilmente de intriga y suspenso, se vuelve un thriller psicológico un tanto incómodo, arriesga volcarse hacia el drama irremediable, consecuencia de la escritura irresponsable, aplica hábilmente sus vueltas de tuerca, revierte situaciones, deja pensando. Algunos se quedarán enganchados en el juego metaliterario y las parábolas sobre el proceso creativo. Otros se interesarán en cosas más concretas e inquietantes. François Ozon sabe cómo posar de inteligente con los snobs e intelectuales, satisfaciendo en primer lugar al gran público, que también es inteligente y gusta de los relatos refinados, entretenidos y con cierto trasfondo, como éste.
Exacto como siempre, Fabrice Luchini en el papel de profesor. Figura inquietante, ideal para personajes de doble juego, Ernst Umhauer, un poquito estilo Helmut Berger adolescente. Denis Menochet y Bastien Ughetto, exactas pinturas de dos personas simples y bastante buenas, padre e hijo. Kristin Scott Thomas y Emmanuelle Seigner, respectivas esposas del profesor y del padre del amigo, no están mal. Ellas nunca están mal. Y Ozon es un excelente director de intérpretes.