Perdiendo el equilibrio
‘En la cuerda floja’ es un paso en falso de Zemeckis, que no logra transmitir la tensión dramática de una historia fascinante.
Sobre En la cuerda floja van a leer y escuchar elogios al trabajo visual del 3D y esto es rigurosamente cierto: pocas películas en los últimos tiempos han usado el 3D en forma tan eficaz. Pero también es cierto que esa es su única virtud y que aparece en pocos momentos de la película, sobre todo al final. Y para una película de poco más de dos horas, tiene sabor a poco.
La historia es fascinante -y verídica- pero tiene algunas complejidades para ser trasladada a la pantalla grande. Philippe Petit es un artista callejero y equilibrista francés que un día de 1974 se obsesiona con extender una cuerda sobre las recién construidas Torres Gemelas y cruzarlas haciendo equilibrio. Para eso junta a un grupo de ayudantes con los que se infiltra en los edificios todavía en obra, y prepara el escenario para su acto, su “golpe”, como él lo llama.
El propio Petit cuenta la historia en Man on Wire, un documental dirigido por James Marsh (el de La teoría del todo) que ganó el Oscar en 2009. Esa película es extraordinaria por varias cosas, pero sobre todo por la elocuencia de Petit, que narra los hechos con gracia y seguridad. Marsh le pone dramatizaciones, fotos y otros testimonios, pero el corazón de la película es Petit.
En la cuerda floja está lejos de la tensión dramática y de la sorpresa que transmite Man on Wire. La relación me hizo recordar a la de La secretaria de Hitler y La caída. El documental de André Heller y Othmar Schmiderer tenía como único elemento el relato escalofriante y cadencioso de Traudl Junge, la secretaria del Führer que sólo con sus palabras pinta el ambiente de los últimos días en el búnker nazi. La caída, más allá de la excepcional composición de Bruno Ganz, no alcanza ni de casualidad a empardar el tono y el ritmo del documental.
Hay una diferencia, que se repite en la dupla Man on Wire-Sobre la cuerda floja, entre el relato narrado por su protagonista -con todo el efecto de realidad que eso conlleva- y el relato “dramatizado”. Lo que sí tiene En la cuerda floja, para asemejarse un poco a su compañera documental, es una narración en off a cargo del Petit ficcional que es Joseph Gordon-Levitt. El problema es que Gordon-Levitt hablando con acento francés parece Pepe Le Pew y aunque muestra cierta agilidad y ligereza de movimientos, da toda la sensación de que se sacrificó eficacia en favor de parecido físico.
Los hechos son parecidos. La historia se asemeja a la del robo a un banco, los distintos engranajes del plan se van ensamblando y cada personaje secundario cumple su rol. Pero, curiosamente, es la película de ficción la que no aprovecha las ventajas que le da la naturaleza de la historia. Ningún secundario es atractivo -se lleva el premio al personaje insulso y sin sentido la pobre Charlotte Le Bon, interés romántico de Gordon-Levitt- y el encanto de la aventura no se ve reflejado por la narración.
Por eso es una lástima que sean tan breves las escenas que sí se destacan y con las que Robert Zemeckis claramente se siente cómodo: las que aprovechan el 3D para transmitirnos las alturas que desafía Petit. Sacando una escena breve cerca del comienzo, en la que lo vemos al equilibrista practicando a un metro del suelo entre dos árboles y que nos hace ilusionar con que toda la película sea así, lo bueno llega al final, cuando Petit realiza su acto.
La última escena es sutil y emotiva, pero no hace más que poner en relieve (en 3D) la película que no fue. A veces una historia es tan apasionante que cualquier agregado la arruina. Podemos ser benévolos y pensar que eso ocurrió, o quizás que Zemeckis dio un paso en falso y fue incapaz de transmitirnos la pasión de ese francés loco y hermoso.