Suspenso y espectacularidad en otra muestra de un gran cineasta
“Ella sólo fue una víctima inocente de las circunstancias” afirmaba ingenuamente el conejo Roger en “¿Quién engañó a Roger Rabbitt?” (1987), al referirse al affair de su mujer Jessica. Esa ingenuidad, esa actitud naif conforma la base, muy sólida por cierto), sobre la cual se mueven los personajes de toda la filmografía de Robert Zemeckis. Una ingenuidad que coquetea fehacientemente con lo utópico, con las metas difíciles pese a tener todo en contra. Personajes de discursos simples contra los cuales los males de este mundo quedan expuestos y desnudos. Dicho de otra manera, los protagonistas de las películas de Robert Zemeckis son “buenos”. Gente buena, simpática, pero sin dejar de poseer cierta oscuridad. Ciertos grises que tiñen sus vidas. Desde Rudy, quien intentaba evitar que el lote de autos no caiga en manos de un despiadado empresario en “Autos usados” (1980), a “Forrest Gump” (1994), pasando por el Doc de la saga de “Volver al Futuro” (1985-1993), quien enfrenta el desafío de viajar en el tiempo, pero también la Jodie Foster de “Contacto” (1997), el Tom Hanks de “Náufrago” (2000), o el guarda de “El expreso polar” (2004), asumían sus razones de ser desde una pureza casi inmaculada, esa que revelaba las falencias de las miserias humanas. Sin ser la excepción, algo de “hacer lo imposible” está plasmado una vez más en éste espectáculo que se estrena esta semana: “En la cuerda floja”.
Philippe Petit (Joseph Gordon-Levitt) está a punto de embarcarse en una aventura suicida: recorrer, en su altura máxima, la distancia que hay entre las Torres Gemelas usando sólo un cable de acero y una vara. ¿Por qué? Porque, como todos los personajes centrales de Robert Zemeckis, cree que es posible.
Desde luego que habrá lugar para que éste narrador nato nos pueda emplazar como espectadores en el contexto histórico con lugar para una notable construcción de personajes. No sólo de Petit, sino de cada uno de los que conforman su entorno. Ese que lentamente se cierne sobre él. Con la premisa de entretener, el realizador va contando cómo se llega a semejante idea, y sobre todo por qué es absolutamente verosímil que ocurra. Este elemento va a ser la médula espinal para justificar luego una de las secuencias más espectaculares que el cine recuerde en mucho tiempo. En este punto, y para estar contada como está contada, se podría decir que esta producción asume el mismo tipo de compromiso con la hazaña que asumió el verdadero Petit allá por los setenta.
“En la cuerda floja” funciona en todo su conjunto por la fuerza narrativa e interpretativa de un equipo que además se nutre de lo mejor de los efectos visuales, sin los cuales sería imposible contar la historia, aunque con éste artista detrás de las cámaras nunca se sabe. Lo dicho, difícilmente habrá espectadores que se olviden de la tensión, el suspenso y la espectacularidad de la cual serán testigos, pero además presenciar otra muestra de éste gran cineasta.