Fábula del equilibrista en las alturas
Lo mejor del nuevo film del realizador de Volver al futuro pasa por su reconstrucción visual de la hazaña de Philippe Petit, quien en 1974 caminó entre las Torres Gemelas. Pero termina cayendo en la tentación de acicatear la sensibilidad del público.
Gran jugador del juego del cine, el estadounidense Robert Zemeckis vuelve a apostar por la grandilocuencia en su nueva película, intentando contar una de esas historias más grandes que la vida misma que tanto le gustan. Se trata de En la cuerda floja, adaptación del libro Alcanzar las nubes en el que su autor, el equilibrista francés Philippe Petit, reconstruye la historia de cómo en 1974 atravesó los 43 metros que separaban a las por entonces flamantes Torres Gemelas del World Trade Center, pero caminando sobre una cuerda que unía ambas terrazas, a casi 420 metros de altura y luego de vulnerar todos los sistemas de seguridad de los famosos edificios. Una historia que, basada en el mismo libro, ya ha sido contada en Man on Wire, documental que en 2008 le valió un Oscar al director James Marsh. A tal punto es evidente ese origen compartido, que la reconstrucción ficcional que realiza Zemeckis se atiene casi punto por punto al relato que el propio Petit realiza en el film de Marsh.La gran diferencia entre ambas versiones consiste en la representación de la génesis de la historia. De cómo Petit se convierte en un arriesgado funámbulo y llega a obsesionarse con realizar la hazaña que le dio fama mundial, incluso antes de que las célebres torres fueran construidas. Sin embargo, esto que pone distancia entre En la cuerda floja y el documental, es justamente una de sus debilidades (aunque no la mayor). Para narrar ese origen, Zemeckis adopta un tono entre luminoso y naïf que de algún modo se asemeja al que usó para contar las aventuras de ese Ulises cándido llamado Forrest Gump, en su viaje a través de la historia estadounidense del siglo XX. Un punto de vista que resultaba utilitario para crear un personaje con ese proverbial nivel de pureza, pero que no se lleva bien con el carácter avasallante, egocéntrico y hasta manipulador de Petit, que no tiene un pelo de tonto. Algo que expresa muy bien el retrato que Marsh hace de él en Man on Wire y que coincide con los testimonios de sus amigos y compañeros en aquella aventura, que el mismo documental recoge.Al contrario, la tensa puesta en escena de la intrusión al World Trade Center, el montaje del cable con el que Petit y sus cómplices unieron las dos torres durante la madrugada del 7 de agosto de 1974 y la espectacular secuencia de las ocho veces que el protagonista fue y vino caminando sobre Nueva York, se encuentra tal vez entre lo mejor de la obra de Zemeckis, en la que no faltan los puntos altos, valga la palabra. Tal es el efecto físico que las imágenes proponen, que se recomienda a quienes sufran de vértigo abstenerse de ver la película. En cambio, aquellos que busquen que el cine les haga sentir en el cuerpo algo único, no deben dejar pasar la oportunidad de hacerlo en una sala. Por desgracia Zemeckis no puede evitar la tentación de acicatear la sensibilidad del público –sobre todo la de sus compatriotas–, con una serie de esporádicas alusiones sobrecargadas de una seudo poesía entre romántica y melancólica, en memoria de esas dos torres que los neoyorquinos detestaban durante su construcción, pero que hoy son parte de la simbología básica de la cultura estadounidense. Ahí se empieza a lamentar que la genuina y leal acción cinematográfica ya se haya terminado.